DeLetreando

El vuelo espiritual

07-daniel-blanco-pantoja_cuarto-menguante-8-copyPor Claudia Carmona Sepúlveda

Ilustración de Daniel Blanco Pantoja

 

Cuando el sol fundió la cera que fijaba al cuerpo de Ícaro las alas confeccionadas por su padre, se frustraba su huida de Creta y, de paso, la divinidad golpeaba la mesa celeste: era preciso sancionar el cuestionamiento a su autoridad expresado en la soberbia de un Dédalo que, devenido pájaro, pretendía escapar a su castigo terrestre transgrediendo su propia naturaleza y la de un muchacho que buscaba las alturas vedadas a su especie. Se trata de un mito cuya ininterrumpida transmisión ha puesto el énfasis en la moraleja más que en el fin. Al hombre le ha sido negada la capacidad de volar, e intentarlo es punible desacato; las aves, en cambio, pueblan los cielos de acrobacias, planeos, ascensos y descensos que en tierra hemos acuñado como metáforas de libertad.

Distinta suerte ha corrido el mito meso y centroamericano. Allí el chamán buscó en el vuelo la transfiguración interior, trascender su condición humana a través del éxtasis ritual. El viaje chamánico, propiciado por estados de conciencia alterada, tiene por objeto alcanzar los mundos superior e inferior, en busca del conocimiento necesario para guiar a su pueblo. El ascenso al primero de ellos adquiere frecuentemente la forma de vuelo y suele alcanzarse en complicidad con la ayahuasca, o yajé, como conoce este alucinógeno la etnia Tucano de la selva colombiana, la primera en representar la constelación de Orión en una máscara corporal de ave chamánica. Como en ésta, el hombre-pájaro -análogo al Tangata Manu rapa nui, aunque generalmente falconiforme- está presente en tocados y pectorales de orfebrería, también cómplices compañeros de viaje, cuya similitud con la disposición de la constelación del cazador se explicaría por una relación causal. El gigante mitológico helénico que, justamente volando, se instaló en las alturas, guía desde allí a los hombres en las faenas de la tierra, y ese conocimiento persiguen tales culturas precolombinas al vestir sus representaciones. En Orión encuentran el origen del vuelo iluminador. Este sistema de estrellas, visible en ambos hemisferios, ejecuta a lo largo de un año una danza celeste que señala invierno o estío, y a este tiempo estelar, cuyos misterios desentraña para ellos el chamán, someten los pueblos la temporada de siembra y cosecha. Y en simétrica correspondencia, las aves migratorias, aquéllas cuya autonomía de vuelo y cuyas fuertes alas desatarían la envidia de los fugitivos de Creta, tienen también por norte la posición del cazador en el firmamento.

El líder espiritual de la selva americana fija su mirada en las alturas, pero no intenta un vuelo físico, sino uno espiritual. Elevarse no en pos de libertad ni ansiando el control sobre cuanto quede a la vista, sino intermediando entre lo arcano y lo terrestre, gestando un vínculo esencial con fines eminentemente prácticos.