Texto y textura
Por Claudia Carmona Sepúlveda
Entre escrito y texto no hay una relación de correspondencia necesaria. Mientras el primero acoge toda forma resultante de la acción de escribir, el segundo supone una disposición de elementos tal que dé testimonio de coherencia, un entramado de voces, giros y peripecias como argumento probatorio de su cohesión, que, en definitiva, evoque su étimo. La raíz indoeuropea teks, cuyo significado es ‘fabricar’, ‘urdir’, ‘tejer’, derivó en formas que acuñan varios conceptos suficientemente familiares como para distanciarnos de la idea primigenia que pretende describir, pero aún es capaz de filtrarse al español y transmitir parte de sus matices de significado. Al griego pasó como τέχνη ‘arte’, ‘habilidad’, y como τέκτων ‘obrero’, ‘constructor’; legado del latín son, por su parte, a través del verbo texere, ‘tejer’, ‘tramar’, los términos ‘texto’ y ‘textura’. Incluso más, transitando por el italiano, se nos tributó tesitura, voz que define la voz según su amplitud tonal. Todos ellos, ramas de una genealogía semántica capaz de explicarnos -por conocimiento o mera intuición- por qué una pieza literaria nos resulta acabada o fragmentaria.
En la arena pictórica, la imagen suele trasuntar, más allá de la obvia percepción táctil de la tela que sostiene una obra, la idea de textura, entendida como la sensación que provoca en el observador este nexo entre las partes que componen el cuadro, formas, colores, sombras, y que es sometida a nuestra decodificación sensorial por la vía de lo que algunos teóricos han denominado tacto visual. Y es que la idea de continuidad en una pintura está dada por la presencia de variaciones que la vista detecta en ella, pero integradas al conjunto. Tiene lugar, así, el acto estético, que provoca, en sentido literal, es decir, llamando afuera al observador, lo que Virginia Woolf llamó “flechas de sensaciones”. Si a la destreza del pintor para vincular fragmentos podemos llamarle textura, texto será, pues, el todo, en tanto relato visual. Del mismo modo, puesto a tejer con palabras, texto es al que da vida un escritor, pero serán su genio y estilo los que deberá poner al servicio de una urdiembre que imprima textura narrativa a su obra, sea a nivel de descripción o de acción, sea en el diálogo o instalando personajes y experiencias en el paisaje. Es la abolición, por parte del artista, de la relación de antítesis entre ‘unión’ y ‘unidad’, para convertirla en una relación causal: la unión de las partes, debidamente urdidas, dotadas de una textura que trasunta homogeneidad y cohesión, significa el nacimiento de una nueva unidad, incluso cuando reúne opuestos, como Flaubert en La educación sentimental, al describir los amores infantiles “que tienen a la vez la pureza de una religión y la violencia de una necesidad“.