Julio Cortázar bajo el prisma de Jorge Calvo*
El cíclope, una de las criaturas mitológicas de las praderas literarias latinoamericanas, era hijo de padres argentinos. Nació en 1914 –el año que se inicia la Primera Guerra Mundial- en la ciudad de Bruselas, Bélgica, y el 12 de febrero de 1984, a la edad de 69 años, falleció de leucemia en el Hospital de Saint-Lazare, en París, Francia. Está sepultado junto a su segunda mujer, la escritora franco-canadiense Carol Dunlop en el cementerio de Montparnasse. Su tumba en la actualidad se considera un sitio sagrado hasta donde llegan peregrinos de todo el mundo a dejar papeles con el dibujo de una rayuela, con versos o frases de cuentos breves, o vasos de vino.
De todos los escritores comprendidos dentro de ese fenómeno telúrico que sacudió en sus raíces más profundas la literatura del siglo XX, conocido como el Boom Latinoamericano, Julio Cortázar fue quizá el escritor que apostó más duro y viajó más lejos en la exploración literaria. Muchos de sus lectores en ocasiones se quejan y sienten que les está tomando el pelo, que juguetea demasiado, que, en definitiva, es un escritor poco serio. Para Cortázar la realidad es múltiple y en el mismo lugar co-existen distintas realidades compenetrándose e interactuando entre sí, y sólo el ojo avisor y despierto, el ojo del cíclope que observa el monótono muro construido con los regulares ladrillos de la rutina, puede, en raras y extraordinarias ocasiones, atisbar la rendija por donde se cuela la luz, la escandilante luz del significado de la existencia humana. Entonces nacen cuentos como Continuidad de los parques, La noche boca arriba o Axolotl, cuentos que plantean una lectura por completo diferente de todo aquello que normalmente somos y hacemos.
La academia y los cánones consideran a Julio Cortázar uno de los más grandes cuentistas existentes, sin embargo fue también un poderoso novelista y escribió esa catedral llamada Rayuela, donde introduce un personaje estratégico, su alter ego Morelli, a través de cuya voz nos filtra acaso uno de los conceptos más importantes de su concepción literaria; en una parte escribe: ”El único personaje que realmente me interesa es el lector”.
Cortázar hizo su trabajo literario siempre en español y padeciendo la angustia de esa constante migración interior entre las raíces físicas y las afinidades espirituales, que marca sus textos con temas en los que trata personajes desarraigados, moviéndose en laberintos, siempre perseguidos o persiguiendo y viviendo en el límite exterior de la experiencia; aquello que se inicia ahí donde terminan las fronteras y los caminos se borran. Desde el punto de vista formal, es un escritor que se adelanta a sus contemporáneos en el riesgo y la experimentación, proyecta imágenes que dan mucho que pensar y se ríe a carcajadas del mundo; pero es un bromista que vive estrechamente unido al visionario. Cortázar escribe evitando el camino fácil, la casualidad evidente, la sensiblería, la construcción sistemática, y busca en la paradoja el verdadero acorde.
En sus cuentos capta aquellas situaciones pequeñas, imprevistas y casi sin importancia que suceden en la vida cotidiana, para transformarlas en ceremonias fantásticas, con zonas ultravioletas, misteriosas disyuntivas, atmósferas premonitorias. El lenguaje, subrepticio, insinuante, taquigráfico, tiene una función casi ritual. Da un ritmo conjuratorio que abre puertas, como una fórmula mágica, ofreciendo al lector una salida de sí mismo. Entre las improvisaciones y los crucigramas aparece a veces algo así como una ecuación de lo invisible, una cifra de otra realidad. Son cuentos que aspiran a derrumbar barreras para dar acceso a otra realidad que se alza más allá de los casilleros de la rutina. No es ni puro juego verbal ni una simple metáfora, sino una ruptura.
“La verdad -sostiene- es que mis cuentos pueden parecer juegos, sin embargo debo decir que mientras los escribía no tenían absolutamente nada de juego. Eran atisbos, dimensiones, ingreso a posibilidades que me aterraban o me fascinaban y que tenía que tratar de agotar mediante la escritura del cuento”.
Y Cortázar agrega que la mayoría de esos cuentos han sido escritos de un solo impulso, en una especie de arrebato casi sobrenatural, lo que permite una verdadera transmisión de vivencias al lector. Captan algo incomunicable que el lector comparte como una experiencia autónoma, casi sin puntos de apoyo en los caracteres o en las situaciones de la vida cotidiana. Estamos en un circuito cerrado, poseídos por fórmulas verbales que, al ser invocadas, desencadenan en nosotros la misma secuencia de acontecimientos psíquicos que se desencadenó en el autor.
”La fuerza persuasiva de un cuento -dice Cortázar- está en relación directa con su tensión interna. Cuanto mayor la tensión, mayor será la transmisión de vivencias. No puedo explicar cómo se consigue esa trasmisión de vivencias, pero sé en todo caso que sólo se logra mediante una ejecución despiadada del cuento, es decir, con un máximo de rigor potenciado por un máximo de libertad… La tensión en sí es previa al cuento. A veces hay seis meses de tensión para que después, en una noche, se escriba un largo relato. Yo creo que eso se nota en algunos de mis relatos. En los mejores hay una carga, una especie de dinamita”.
* Jorge Calvo (1958). Escritor y ajedrecista chileno, autor de los libros de cuentos No queda tiempo, Fin de la inocencia y El emisario secreto, y de las novelas La partida, La ciudad de fin de los tiempos y El viejo que subió un peldaño. Se desempeñó como editor de narrativa de la revista literaria Huelén y ha colaborado con la revista de literatura sueca Res-publica y con el periódico Sydsvenka Dagbladet. Ha obtenido importantes galardones literarios, entre los que destacan la Beca Klas de Vylder para escritores extranjeros residentes en Suecia y el Premio Municipalidad de Santiago de Chile, año 2004.