Martha Nussbaum bajo el prisma de Rebeca Araya Basualto*
“La ira puede mutar en un tipo de perdón que es muy demandante y no muy generoso”.
Aún resuenan en los vetustos pasillos de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia) los pasos de Martha Craven Nussbaum (Nueva York, 1947), la elegante “gringa” que, en diciembre pasado, llegó a esa casa de estudios para recibir el grado de Doctora Honoris Causa, distinción otorgada en un país expectante ante los avances de las conversaciones de paz entre las FARC y el gobierno colombiano, que podrían poner término a cincuenta años de guerra civil en esa nación.
La homenajeada nació en una familia acomodada de profesionales y encontró en su ciudad la puerta de entrada al mundo de las artes. Partió estudiando teatro y lenguas clásicas en los ‘60 y terminó graduada en Filosofía y doctorada en Derecho y Ética, en Harvard, en 1975.
Su discurso de aceptación del reconocimiento hoy desata polémicas dentro y fuera de las aulas del mundo y sus juicios sobre la violencia que asola al país centroamericano generaron debates. Reflexionando sobre el perdón, dijo: ”El antídoto para la ira es el perdón. Si miramos la tradición histórica del perdón está usualmente asociada con un proceso en el cual la persona que hizo el mal tiene que rebajarse, confesarse, arrepentirse, prometer no volver a hacer. Sin embargo, normalmente esto se vuelve una nueva forma de ira, de manera que hay que evitarlo. La ira puede mutar en un tipo de perdón que es muy demandante y no muy generoso. Lo que prefiero es el espíritu de la generosidad y del amor”.
El personaje
Es docente de la Universidad de Chicago y lo ha sido en Harvard, Brown y Oxford, entre otras. Cuenta con más de 51 grados honorarios en universidades de Norteamérica, Asia y Europa. A raíz de su ya disuelto matrimonio con el lingüista Alan Nussbaum, se convirtió al judaísmo, práctica que no abandona y por la cual conserva su apellido de casada. Es madre de Rachel, redactora y editora. Comparte con su hija hábitos de lectora empedernida, que explican la diversidad de intereses abordados en su obra, que comprende más de 25 títulos con temas que se desplazan desde la crítica literaria a la filosofía griega clásica y la ética; la economía del desarrollo, en la cual generó interesantes aportes junto al Premio Nobel de Economía Amartya Sen; el feminismo; las emociones como ejes de la conducta social; la educación como articulador de la democracia o los derechos de los animales. El punto de unión lo explica señalando: “El tema común es la vulnerabilidad humana, o la vulnerabilidad en general. Trabajando sobre las emociones y sobre la tragedia, siempre he pensado las emociones como un reconocimiento de los modos en que somos vulnerables cuando nos relacionamos con los demás y con todo aquello que está fuera de nuestro alcance o sobre lo que no tenemos control. –Y se pregunta:- ¿Qué formas de vulnerabilidad son buenas para la vida de cada persona y cuáles deberíamos tratar de eliminar? En este punto, mi pensamiento sobre la justicia conecta con la filosofía política. El enfoque de las capacidades es un intento de promover oportunidades para la búsqueda de formas buenas de vulnerabilidad, como el amor, la amistad, la carrera profesional…, y de evitar las formas malas, tales como la violencia física, el hambre y tantas otras. Éste es, tal vez, el modo más sencillo de definir el hilo conductor de mi pensamiento”.
Sócrates y la globalización
Respecto al rol de la filosofía en la sociedad contemporánea afirma: “No concibo a los filósofos como ‘profundas figuras solitarias’, sino como miembros de una comunidad para la que tienen la responsabilidad de hablar y de estructurar sus argumentos con claridad. La contribución de Sócrates a la democracia fue tener a todo el mundo hablando conjuntamente de un modo claro y abierto, y asociar esto con el respeto a la igualdad. (…) Él comprendía que, para que la democracia sobreviviera, había que capacitar a las personas para cuestionar y examinar de forma rigurosa sus propios argumentos, y sustraerlos a la retórica de los políticos. Los griegos tuvieron que aprender a argumentar y a debatir juntos, y ése es un modo de crear una cultura pública basada en el respeto más que en la autoridad o en la tradición”.
De allí su crítica radical a la educación profesionalizante, concentrada en formar mano de obra para alimentar la economía sin estimular la reflexión de individuos que se asumen a sí mismos como sujetos sociales y dueños de sus propias vidas. Al aceptar el Doctorado Honoris causa en Colombia dijo, en parte de su discurso: “Las humanidades y las artes están siendo eliminadas, tanto en la educación primaria/secundaria como en la técnica/universitaria, en prácticamente todas las naciones del mundo, vistas por los responsables políticos como adornos inútiles. En momentos en que las naciones deben cortar todas las cosas inútiles con el fin de mantener su competitividad en el mercado global, éstas están perdiendo rápidamente su lugar en los planes de estudio y también en las mentes y corazones de padres y niños. De hecho, lo que podríamos llamar aspectos humanísticos de la ciencia y las ciencias sociales –el aspecto creativo imaginativo y el aspecto del pensamiento crítico riguroso– también están perdiendo terreno, debido a que las naciones prefieren perseguir beneficios a corto plazo cultivando habilidades útiles y altamente aplicables, adaptadas a fines lucrativos”. Y puntualizó: “El afán de lucro sugiere a los políticos más preocupados que la ciencia y la tecnología son de crucial importancia para la salud futura de sus naciones (…). Mi preocupación es que otras habilidades, igualmente cruciales, están en riesgo de perderse en el frenesí competitivo, habilidades cruciales para la salud interna de cualquier democracia y para la creación de una cultura mundial decente, capaz de abordar de manera constructiva los problemas más apremiantes del mundo. Estas habilidades están asociadas con las humanidades y las artes: la capacidad de pensar de manera crítica; la capacidad de trascender las lealtades locales y acercarse a los problemas mundiales como un ciudadano del mundo, y la capacidad de imaginar comprensivamente la situación del otro”.
En una entrevista a la prensa hispana y en referencia al mismo tema, su conclusión es lapidaria: “Si los ciudadanos no son independientes, no podemos hablar de democracia, sino, en todo caso, de alguna forma de fascismo o de totalitarismo. Por ello es urgente el debate sobre las humanidades; lo necesitamos en la misma medida que la capacidad de empatía, de entender la experiencia de quienes son diferentes a nosotros”.
Esta respuesta, entregada a diaripublico.es en una entrevista de prensa en España al recibir el premio Príncipe de Asturias 2012 en Ciencias Sociales, es una de las claves del pensamiento de esta mujer de convicciones liberales pero radicalmente crítica del neoliberalismo, que destaca hoy entre las filósofas vivas por su capacidad de vincular la reflexión académica con un compromiso activo con la democracia.
* Rebeca Araya Basualto: Periodista y publicista chilena. Es redactora y participó en la creación del portal SITIOCERO.NET, un espacio colaborativo de conversaciones sobre y desde la comunicación. Ha sido entrevistadora del diario vespertino La Segunda y, hasta julio de 2016, estuvo a cargo de la producción ejecutiva de la realización Los Jaivas: El Documental.