Ernst Friedrich Schumacher bajo el prisma de Rebeca Araya Basualto*
UN ECONOMISTA A LA ORILLA DEL TIEMPO
Nació en Bonn (Alemania) en 1911, hijo de un profesor de economía política y, como tal, ligado desde siempre al mundo intelectual. Estudió en su país hasta 1930, cuando obtuvo la beca Rhodes, otorgada por el New College de Oxford (Inglaterra) para cursar economía. Dejó entonces un país derrotado y empobrecido tras la Primera Guerra Mundial, en el cual ya se perfilaba el poder del Partido Nacional Socialista y, a los 22 años, se trasladó a la Universidad de Columbia (Estados Unidos) para ejercer como profesor. Una vez allí, consideró que en su disciplina el aporte de un académico sería pobre si carecía de experiencia y regresó a Alemania, donde se desempeñó como periodista, granjero y hombre de negocios, mientras el Tercer Reich tomaba el control del país que Schumacher abandonó en 1937, horrorizado por la experiencia de nazismo que, dos años después, desataría la Segunda Guerra Mundial.
Según su hija y biógrafa, la novelista Bárbara Wood, durante la guerra Schumacher estuvo muy ligado al pensamiento marxista, del cual se desencantó progresivamente hasta que, en 1955, viajó Birmania contratado como consultor económico, tras desempeñarse en Inglaterra como académico y, en la postguerra, como consejero de la Comisión de Control Británica en la reconstrucción de la economía alemana y como asesor del Consejo Nacional del Carbón.
Según Bárbara Wood, el viaje a Birmania fue sustantivo para formular una definición propia de su pensamiento económico. Schumacher habría dicho a su biógrafa: “Viajé a Birmania como un sediento errabundo y allí encontré el agua de la vida”. Dos factores fueron claves para el economista: el encuentro con una sociedad con prioridades y recursos radicalmente diferentes a los europeos y la comprensión del pensamiento budista que subyacía en esa cultura.
Cuestión de prioridades
Para los budistas, el trabajo tiene tres objetivos: proveer un camino para que la persona utilice y desarrolle sus facultades, ayudarla a trascender su egocentrismo al unirse a otros en una tarea común y producir bienes y servicios necesarios para la existencia.
En 1955 el ingreso anual per cápita en Birmania era de US$50; no obstante, Schumacher constató que los birmanos comían y vestían bien, habitaban casas hermosas y apropiadas a su clima y geografía, disponían de gran cantidad de tiempo libre y los percibió felices con sus vidas. Todo lo anterior contrastaba a sus ojos con la presión de la vida occidental, definida por la búsqueda de más y mejores bienes de consumo como producto y meta del trabajo. Formuló entonces la Primera Ley de sus postulados sobre la economía: “La cantidad de ocio real de que puede disfrutar una sociedad, tiende a estar en proporción inversa a la cantidad de maquinaria que emplee”.
Por otra parte, la misión de su asesoría era determinar qué apoyo podía prestar Occidente para contribuir al desarrollo birmano y, según refiere en su primer libro Lo pequeño es hermoso: economía como si la gente importara (1973), a poco andar constató que el aporte de Occidente eran máquinas y tecnologías para reemplazar la mano de obra humana e incrementar la productividad, aumentando así el potencial de consumo y exportación del país. Pero concluyó que Birmania –y, por extensión, las naciones en desarrollo– carecen de la base industrial necesaria para apoyar sistemas tecnológicamente avanzados, “lo cual significa –afirmó– que esta ‘respuesta’ que tratamos de forzar a través de sus gargantas no es respuesta. Para que funcione esta alta tecnología (…) necesitan realizar una tremenda inversión de capital -del que carecen– en combustibles, fertilizantes, pesticidas, repuestos, programas de entrenamiento y una maquinaria complicada, casi inexistente en tales países. Si desean aquellos sistemas y equipos de alta tecnología –nosotros les enseñamos a desearlos–, sólo habrá un lugar del que puedan conseguir tales cosas: de nosotros, a los precios que nosotros fijemos. Como puede verse, no estamos ofreciendo ninguna solución a las naciones en desarrollo. Simplemente les mostramos cómo cambiar una forma de esclavitud por otra”.
De esta reflexión Schumacher deriva su concepto de “tecnología intermedia”, que supone desarrollar herramientas y métodos de producción a la medida de las naciones que la usarán, una tecnología que en los países pobres, aun personas analfabetas puedan comprender.
Cambiar la escala
Justo una década después de su estadía en Birmania, Schumacher fundó en Londres el Grupo de Desarrollo de Tecnología Intermedia (ITDG), con la meta de: “facilitar el flujo de información práctica sobre estas tecnologías, llevar a cabo investigaciones originales sobre nuevos métodos y herramientas y, en algunos casos, encarar la manufactura de equipos de tecnología intermedia”. Uno de los casos asumidos fue el de una compañía de Zambia que requería una máquina que hiciera envases de huevos. Al pedirla a una compañía europea, recibieron un proyecto para construir una máquina que confeccionaría millones de envases de huevos por mes y que superaba con mucho los recursos, necesidades y posibilidades productivas del país. ITDG diseñó una miniplanta empaquetadora y el economista señala: “es lo que la compañía de Zambia realmente necesitaba; y pronto nuestra pequeña planta fue pedida por otros países del Tercer Mundo; y después por España; Canadá y hasta los Estados Unidos. Esta y otras experiencias similares, nos enseñaron que las así llamadas ‘naciones desarrolladas’ precisan asistencia para reducir la escala de sus tecnologías, tanto como los países emergentes precisan asistencia para aumentar esa escala”.
Economía sin ética: una amenaza
Tras el descubrimiento de la que llamó “economía budista” no hubo un compromiso de Schumacher con esta filosofía, sino la constatación de que la economía no es una ciencia pura que responde a leyes propias e intrínsecas –y como tales inalterables–, sino al paradigma que define la organización de la actividad productiva en cada sociedad. Y que, por tanto, la filosofía y la ética no pueden marchar por carriles separados o paralelos a las decisiones económicas, pues, cuando así ocurre, el hombre deja de estar en el centro de las decisiones que ordenan la producción y distribución de la riqueza y la economía se vuelve una amenaza para el medio ambiente, la vida social y el propio ser humano.
A su regreso a Londres se concentró en un estudio exhaustivo del pensamiento cristiano, en particular de Santo Tomás de Aquino, René Genon, Teilhard de Chardin y Jacques Maritain, y terminó por convertirse al cristianismo, aunque su formación de origen fuese luterana.
Escribió cuatro libros, todos escritos en un lenguaje amable y comprensible: Lo pequeño es hermoso (1973), Guía para perplejos (1977), Lo que creo y otros ensayos (1977) y El Buen trabajo (1979).
En la década de los ’70 fue casi un gurú, particularmente del movimiento hippie, y falleció en 1977, a los 66 años. Actualmente su pensamiento y el de otros economistas que reflexionan en torno a los temas ecológicos, tecnológicos, éticos, educativos y culturales que incorporó a la teorización económica contemporánea se siguen desarrollando en el Schumacher College (www.schumachercollege.org.uk) ubicado en Devon, a tres horas de Londres.
* Rebeca Araya Basualto: Periodista y publicista chilena. Es redactora y participó en la creación del portal SITIOCERO.NET, un espacio colaborativo de conversaciones sobre y desde la comunicación. Ha sido entrevistadora del diario vespertino La Segunda y, hasta julio de 2016, estuvo a cargo de la producción ejecutiva de la realización Los Jaivas: El Documental.