Umberto Eco bajo el prisma de María Eugenia Meza Basaure*
IL PROFESSORE ECO
No lo conocí, por cierto; aunque le pedí cita nocturna por años, como a todo autor
al que uno sigue. Lo que viene es, pues, una imaginería mezclada con datos
y trozos de entrevistas raptados desde las publicaciones de mis colegas
y citadas al final de este texto hecho desde el amor y la admiración.
Ahora que puede caminar en medio de la gente sin que nadie lo acose, sin que nadie lo reconozca, la intimidad del anonimato fantasmal no le queda bien a Umberto Eco y, mal que le pese, echa de menos el que lo asalten los admiradores de todo pelaje, los entrevistadores de diversa calaña. Porque con ellos podría conversar.
Camina pues, escuchando y recordando, por las calles de Milán, donde no nació pero que escogió para vivir la mitad de su vida y toda su muerte. Pasa por la calle Rovelo, donde sigue abierta la librería de viejo a la que fue cada tarde a revisar textos y catálogos. Husmea en la peluquería de Antonio, que en las murallas mantiene su retrato, mientras lo afeitan. Y se sienta unos minutos a observar el ir y venir de los turistas en el mismo café donde le llevaban un aperitivo y le decían “il professore”. Escucha las voces que modulan sus ideas en muchos idiomas, sobre todo japonés, y al escuchar a una pareja hablar en finlandés recuerda que alguna vez declaró que, pese a las diferencias entre los europeos, había un algo que los unía y que permitía su comodidad si se cruzaban en el extranjero.
“Cuando uno se encuentra con otro en otro lado, en un mundo distinto, de pronto se entienden todas las cosas que nos unen: se entiende cómo a pesar de la diferencia de lenguas hay un trasfondo de intereses, ideas, valores y de cultura común. Por ejemplo, la relación con la historia: si hablo con un americano o con un australiano no hay esa relación con la historia; si hablo con un filósofo americano no puedo mencionar a Leibnitz o a Kant porque no le interesan. En todo caso dice ‘es un tema para la historia, la filosofía es otro asunto, y a mí sólo me interesan los problemas filosóficos’; pero si hablo con un europeo, nos damos cuenta de que hay una continuidad entre hoy y el pasado, una continuidad con lo que se dijo en siglos anteriores. Eso es muy europeo. No sé si es japonés o chino también, porque no tengo la suficiente experiencia en ese ámbito; pero desde luego hay ahí una cultura común aunque uno hable finés y el otro hable italiano”.
Sigue a la pareja que habla en finés y su deambular lo lleva hasta su antiguo barrio del Castelo Sforzesco, y recuerda su casa llena con 35.000 libros, decenas de sombreros, de bastones, de pipas, incunables, borradores, fichas… Una casa donde le gustaba encerrarse después de su jubilación en la universidad. Allí convivía con Renate Ramge, su esposa desde 1962; allí escribía novelas y ensayos, trabajaba con su secretaria; conversaba de sus recuerdos, de sus obsesiones. Obsesiones… ‘No sabía –reflexiona– que de fantasma seguiría teniendo las mismas preocupaciones que cuando caminaba por estas calles con mi bastón de sauce y mi sombrero Fedora, jugando con mi sempiterno cigarro apagado entre los dedos. Aquí no puedo contarle nada a nadie…’. Es el precio, reconoce, de salir del lugar ignoto al que llegó después del 19 de febrero de 2016.
“Yo siempre he contado algo… Antes contaba chistes, pero paré, porque Berlusconi ya contaba demasiados. Desde pequeño escribía cómics y novelas, que nunca terminaba. Luego contaba cosas a mis hijos, a mis nietos. Mis libros de filosofía y ensayo, fueron también narraciones. Hay muchas formas de contar. Dar clases a los estudiantes es una de ellas, porque siempre he pensado que nuestra forma de conocer no es a través de las definiciones, sino de las historias. Cuando un crío pregunta de dónde vienen los niños no se le da una lección de genética, sino que se habla del polen, las mariposas, la semilla de papá… Las cosmologías son en realidad novelas del origen del mundo. Los historiadores no hacen sino contar… No nos damos cuenta de que es la forma principal de ver el mundo. Y nos sirve para entender cosas como lo que pasa en Siria e Irak. Porque el fanático no cuenta historias: tiene una verdad en la cabeza y la repite”, piensa y reflexiona consigo mismo, como lo hizo durante los 84 años que anduvo en la Tierra.
Repasa los titulares de los diarios y le angustia la crisis de los inmigrantes en Europa, el temor al “otro” que parece apoderarse del ciudadano común y el avance de la derecha xenófoba. Piensa.
“En la Edad Media, la mezcla era totalmente natural. Había clérigos vagantes, gente que viajaba por toda Europa, que no tenía patria, o que las tenía todas. Iban a estudiar a Bolonia, y luego a París o a Salerno. La civilización latina es una civilización mestiza en la que participaban una serie de regiones muy diversas; además, en la propia Italia había regiones con distintas lenguas. Y luego entraron los griegos y los galos y los españoles. Entonces había un gran mestizaje cultural, también un mestizaje con la cultura árabe, por cierto. Y el Renacimiento fue una cultura mestiza que buscaba inspiración en Egipto y en Grecia. Así es como crecen las culturas, con ese mestizaje, y querer evitarlo, enrocarse(1), cerrarse en la propia identidad, es morir.
“Europa, como digo, tiene ese destino del mestizaje. Nos encontramos, además, frente a una de las migraciones más grandes de todas las épocas. Después de las migraciones germanas hacia el mundo latino no ha habido otra migración de la envergadura de la que hay hoy desde Asia y desde África hacia Occidente. Se trata de grandes movimientos de pueblos, de masas enormes de gente, y las migraciones llevan consigo el mestizaje. Yo no creo que la Europa del mañana ponga una mezquita en Nôtre-Dame, pero habrá una convivencia… bueno, esto lo escribí hace veinte años. Antes de llegar a un equilibrio hay paréntesis sangrientos: del fundamentalismo musulmán a los incendios en los suburbios franceses… no es que sea gratis la evolución, no; cuesta. Como dice la famosa maldición china: ‘te deseo que vivas tiempos interesantes’”.
Tiempos interesantes vivió él, pasando por la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, la caída del fascismo, la guerra partisana, la bomba de Hiroshima, la llegada del hombre a la Luna, la caída de la URSS, el nuevo auge de China, el fin de la Guerra Fría… Y antes de regresar a su paraíso, que concibió como “la limpidez del conocimiento tal como lo vislumbraba Dante” un minuto concreto de su larga historia se le viene a la cabeza. Un instante en el Planetario de Santiago de Compostela, en Galicia, cuando tenía 61 años.
“Sentí en el aire la música de Manuel de Falla, mientras giraba el planetario… De pronto, aparecieron las estrellas. Vislumbré una fecha: el 5 de enero de 1932, la fecha de mi nacimiento en Alessandria (Piamonte). La sensación de ver la primera noche de mi nacimiento, fue estremecedora. En ese instante, no tuve palabras. Comprendí que estaba cerrando el círculo. Que estaba empezando a nacer otra vez. Que estaba empezando a morir”.
Fuentes:
* Entrevista de Darío Prieto, Cultura. Diario El Mundo, España.
* Entrevista de Xavi Ayen, Diario El Tiempo, Revista Bocas, España.
* Entrevista de Inés Martín Rodrigo, Diario ABC Cultural, España
* Entrevista de Juan Cruz, Diario Página 12, Argentina
* Entrevista de Gustavo Tatis Guerra, Diario El Universal. Colombia.
* María Eugenia Meza Basaure. Periodista y editora chilena. Trabajó en prensa escrita dedicada a temas de cultura y género, para luego comenzar a editar textos de ciencias sociales en instituciones internacionales, de gobierno y ONG y centros de estudios de mujeres. Este año ha vuelto a la cultura como Coordinadora de Difusión y Formación de la Cineteca Nacional de Chile.