Marc Chagal bajo el prisma de María Eugenia Meza Basaure*
MOISHE SEGAL: EL PINTOR QUE SOÑABA LA TORAH
En la retina, sus caballos, novias y novios; cabras, vacas, en el cielo. Violinistas en los tejados. Las aldeas judeorrusas que pintó Moishe Segal, conocido como Marc Chagall, hablan de contacto con alegrías simples, con relaciones armoniosas. Uno piensa en Anatevka, la aldea de la obra de teatro y película, con Tevie el lechero y sus hijas casaderas.
Al igual que en ese musical, a un paso de ese mundo ordenado, pobre pero pleno, estaba el horror. Es como si las pinturas de Chagall retrataran ese momento preciso en que todo es perfecto, en que los personajes dicen ¡mazeltov! justo antes de que la vaca vaya al matadero o lleguen los cosacos a ordenar el progrom o los nazis a desatar la Shoa (el Holocausto).
Chagall vivó el placer y la angustia. La paz y el exilio. Las pinturas por las que se hizo famoso, los vitrales que adornan importantes sinagogas, tienen el brillo y el color que, junto al drama, la pobreza y la persecución, han acompañado la historia del pueblo judío. El mismo dijo alguna vez “si no fuera judío no sería artista”. Y su biógrafo, Jacob Baal-Teshuva, afirmó que entre “los grandes del siglo XX, Chagall fue el único que se inspiró en el judaísmo y que, en su arte, reconoció claramente sus orígenes.
Mientras que otros judíos crearon paisajes, naturalezas muertas o desnudos, el arte de Chagall sería inconcebible sin el judaísmo”(1). Por eso mismo, de tan judío, resultó inmensamente universal.
Nacido en Vitebsk, Rusia, Moishe Segal fue criado en un shtetl, (villa o poblado judío) en el marco de una cultura jasídica. Estas enseñanzas místicas influyeron directamente en su visión del mundo, la que volcó en telas y colores. Diversos cuadros suyos representan la vida de las comunidades judías que seguían esta corriente nacida siglos antes en Polonia, encabezada por un hombre sabio –el Baal Shem Tov– que se dio cuenta de que los pobres necesitaban una manera de llegar a Dios que no pasara por la lectura de la Torah (el Pentateuco de la Biblia cristiana posterior), ya que no sabían leer ni tenían tiempo ni dinero para ir a la escuela. Entonces, discurrió que el amor, la música y el baile eran una vía tan apropiada y directa como la erudita.
Corría el siglo XVIII y los pobres en los campos estaban desilusionados porque no podían seguir las tradiciones y estaban condenados a trabajar sin descanso. Así, esa vía que santificó el canto y los sentimientos, a condición de que el corazón estuviera lleno de alegría, y esa entusiasta y auténtica devoción, les abrió las puertas hacia Dios. Proponiendo una forma de contactarse con lo divino mediante melodías repetitivas que no tienen letra, y de cuentos breves que dejan una enseñanza, el jasidismo consiguió cientos de adherentes que se sumaron a esta corriente juguetona e inocente, condenada por los rabinos del momento y que hoy, por esas paradojas de la historia, es seguida más que nada por judíos ortodoxos de todo el mundo. Desde entonces, para un judío rezar ya no quedó limitado a la asistencia a la sinagoga o a la celebración del Shabat. Chagall rezaba al pintar, y quienes observan hoy su obra se acercan a Dios al contemplarla.
Las pinturas de Chagall, por otro lado, narran una historia que el espectador puede seguir o imaginar, lo que lo pone en línea directa con la tradición más antigua del judaísmo –y de media Humanidad–: la manera de narrar de la Torah. Las historias de los libros del Pentateuco fueron, por demás, la inspiración del artista.
“Acudí al gran libro universal, la Biblia. Desde la infancia la Biblia me ha llenado de visiones sobre el destino del mundo y me ha sido fuente de inspiración para mi trabajo. En momentos de duda, la sabiduría y la grandiosidad intensamente poética que destila me han reconfortado como una segunda madre”(2).
“No he visto la Biblia: la he soñado”(3).
“Desde mi primera juventud quedé cautivado por la Biblia. Siempre me pareció, y aún me sigue pareciendo, la fuente de poesía más grande de todos los tiempos. Desde ese momento, he buscado ese reflejo en la vida y en el arte. La Biblia es como una resonancia de la naturaleza, y yo he mirado de transmitir ese secreto”(4).
Pero la Torah no es el único libro de historias con que los judíos traspasan su pensamiento. También existe el Midrash, colección de relatos que complementan las enseñanzas mosaicas. Estudiosos consideran que las pinturas de Chagall podrían considerarse un midrash pictórico, ya que en ellas recreó momentos tanto de la forma de vida de las aldeas judeorrusas, similares a aquella en la que creció, como de las propias narraciones escritas en los libros sagrados. Todo contado pictóricamente con un lenguaje directo, sencillo, que apela al sentimiento y la empatía. Como el jasidismo.
En la época de Chagall, una renovación del pensamiento jasídico estaba en curso con el aporte del filósofo Martin Buber, que recopiló cuentos con las enseñanzas de este movimiento. Así es que el espíritu de esa corriente estaba más que vivo y se reflejó en sus pinturas, en sus motivos, en el evidente amor con que esos seres estaban creados, en sus colores y formas. Una obra que puede ser fácilmente comprendida, sin por eso dejar de ser profunda.
Las últimas décadas permitieron que volvieran a la luz las creaciones que, en 1920, el artista hizo para el decorado del Teatro de Arte Judío de Moscú, las que han sido expuestas en diversas ciudades europeas y han intencionado el estudio de su obra bajo la óptica de la tradición judía, en sus aspectos tanto místicos como de festividades familiares, locales o propiamente vinculadas con el calendario de celebraciones relativas a las creencias espirituales.
“Coger las cosas, reflexionar y soñar con ellas: éste era mi juego”, decía, y siguiendo esa premisa transformó recuerdos, tradiciones y enseñanzas en vibrantes obras muchas veces pletóricas de escenas oníricas, donde lo mágico aparece a la vuelta de la pincelada, de la mano de lo real. El elemento que articula esta argamasa de su factura, de su creación, es la misma que une toda la enseñanza del jasidismo: el amor. Amor a la vida, a su pueblo, a los seres de que está llena la Creación. Amor a Dios. Sin ser una pintura netamente religiosa, la de Chagall es una obra espiritual, ecuménica, pero cargada de símbolos de la primera religión del libro.
La carga de dolor que, como una estela, ha perseguido al pueblo judío está también presente en su trabajo, pero en lugar de ser narrado con colores oscuros, con formas tremendas, aparece igualmente mediante colores agradables. Sus motivos reflejan esa conexión que, pese al exilio, manifestó de por vida.
(1) Baal-Teshuva, Jacob. Chagall. Madrid, 1997, pág. 266. Citado por Turon Mejías, María Àngels. La tradición judía y la narración en la pintura de Marc Chagall. Tesis para el Programa de Doctorat en Ciències Humanes y de la Cultura. Universidad de Girona. Gerona, España, 2013, pág. 6.
(2) Chagall, Marc. El Missatge Bíblic, 1931-1983. Fundació Caixa de Girona, Girona, 2001, pág. 22. Citado por Turon Mejías, op.cit. pág. 14.
(3) Ibíd.
(4) Ibíd.
* María Eugenia Meza Basaure. Periodista y editora chilena. Trabajó en prensa escrita dedicada a temas de cultura y género, para luego comenzar a editar textos de ciencias sociales en instituciones internacionales, de gobierno y ONG y centros de estudios de mujeres. Este año ha vuelto a la cultura como Coordinadora de Difusión y Formación de la Cineteca Nacional de Chile.