Reseña de cine

La cena de los idiotas

Por Vivian Orellana Muñoz

 

Originalmente es una obra de teatro escrita por el dramaturgo y guionista francés Francis Veber, quien ya ha deleitado con la trama de algunas comedias cultas del cine galo como L’emmerdeur (de 1973, con Lino Ventura y Jacques Brel y bajo la dirección de Edouard Molinaro), conocidas por un público esencialmente francófono.

Con La cena de los idiotas (Le diner des cons), que él mismo adaptó para cine en 1998, consiguió traspasar las fronteras y obtener varios premios César: mejor actor principal (Jacques Villeret), mejor actor secundario (Daniel Prevost) y mejor guion adaptado. Para su estreno en Francia, ocupó el segundo lugar de las preferencias del público, después de Titanic. En España, por su parte, estuvo un año en cartelera.

Se trata de una inteligente comedia sobre las imprevistas consecuencias de una inusitada tradición: un grupo de amigos de clase alta organizan, una vez por semana, una cena a la que cada uno de ellos debe llevar un invitado con una característica especial: ser un “tonto”, pero no saber que es considerado como tal. Al final de cada cena, los convocantes eligen al “campeón” de esa categoría. La película, sin embargo, no muestra la cena de idiotas, sino que ésta es el detonador, el pretexto, para instalar una trama humorística con juegos de palabras y escenas de equívocos bien hilvanadas y muy hilarantes.

Casi la totalidad del filme sucede en el elegante apartamento parisino del célebre editor Pierre Brochant (Thierry L’hermitte) y es allí donde acontece una seguidilla de situaciones al estilo burlesque.

Antes de llevar a su idiota a la mentada cena, Brochant lo invita a su domicilio para conocerlo un poco más. Sin embargo, decide suspender el encuentro, aquejado de lumbago. Lo que no suspende es la cita con un funcionario de la oficina de impuestos (interpretado por Jacques Villeret, excelente en su personaje) a quien también desea evaluar para detectar su nivel de estupidez. La mujer del editor, Christine (Alexandra Vandernoot) no quiere ser cómplice de este sucio juego y deja la casa al momento de llegar la nueva víctima, François Pignon. Veber ha usado este nombre y tipo de personaje en varias de sus comedias, siendo Jacques Brel el primero en llamarse de esta manera en la ya citada L’emmerdeur.

Más que un idiota, Pignon resulta ser un experto en desencadenar el caos a su alrededor, y el victimario acaba convertido en víctima de una serie de malos entendidos y desencuentros, incluido el abandono de su esposa, por lo que, agobiado, exige quedarse solo. Pero el cándido y solidario Pignon se queda e intenta ayudar a Brochant, liando más y más las cosas. El personaje resultante, además de conmovedor, acaba bastante alejado del tonto que se empeñaba en retratar el editor en su cruel juego.

Las escenas cómicas se suceden sin aburrir; por el contrario, revelan gran ingenio, al que contribuye el notable desempeño de los actores galardonados. Tampoco hay diálogos inútiles, otro requisito de una buena comedia.

Francis Veber despliega en este filme un humor muy bien elaborado, donde el protagonista aprenderá una gran lección (o casi): ir por la vida burlándose de otros, puede terminar evidenciando a ojos de todos que quien se mofa es el verdadero idiota.