El hijo de Saúl
Por Claudia Carmona Sepúlveda
En su primer largometraje, rodado en 2015, el realizador húngaro Lázsló Nemes (Budapest, 1977) se autoimpone el desafío de un abordaje novedoso a un tópico muy recurrido: el exterminio de prisioneros en los campos de concentración nazis. Y lo enfrenta con coraje, proponiendo por primera vez un punto de vista interno que se refleja en el trabajo de cámaras.
Hasta ese momento, la cinematografía del que ya es considerado un género en sí, el Holocausto (la Shoá), se había aproximado al tema desde el relato en tercera persona, objetivo, omnisciente. Y las pocas excepciones lo hacían limitando la primera persona al nivel narrativo, pues técnica y visualmente nos daban siempre planos generales, perspectivas amplias de los hechos.
Nada de eso hace Nemes. Él puso la cámara a la altura de los ojos del protagonista, incluso dejando fuera de cuadro lo que sus manos hacen, algo que al principio puede incomodar, pero que más adelante prueba ser un interesante recurso técnico: No es preciso mostrarlo todo. Es más, casi toda la película es sugerir más que mostrar.
Saúl Ausländer (Géza Röhrig) es un prisionero judío húngaro que forma parte de los sonderkommandos(*) en Auschwitz. Como todos ellos, Saúl sabe que va a morir, es sólo cuestión de tiempo, y se limita a cumplir las órdenes de los nazis. El giro que gatilla la trama y da al protagonista un superobjetivo es el hallazgo de un niño de unos 12 o 13 años que aún respira entre la pila de cadáveres que acaban de ser retirados de la cámara de gas. El pequeño es examinado por médicos alemanes, pero igualmente muere. Se le traslada a la enfermería donde otro médico, judío y parte de los sonderkommandos, deberá someterlo a una autopsia que explique su sobrevida parcial. Saúl decide entonces rescatar el cuerpo del pequeño y darle sepultura según la tradición de su pueblo, para lo cual deberá, además, encontrar un rabino entre los prisioneros. Nada en el desarrollo de la historia prueba que se trate de su propio hijo o de un chico que le recuerde a un hijo eventualmente perdido, pero tampoco hay evidencias de lo contrario, de que simplemente haya interpretado el hecho como una señal y una misión. Sólo tenemos que el propio Saúl, cuando debe explicar a sus compañeros por qué ha escondido el cuerpo del menor en su litera, señala: “es mi hijo”.
Mientras un grupo de sonderkommandos prepara un intento de rebelión, a sabiendas de que pronto acaba el “plazo de gracia” y que serán ellos mismos también gaseados, Saúl no tiene en mente otra meta que inhumar al muchacho. Y todas sus acciones, tres cuartas partes de lo que dura el filme, tienden a ello, superando conflictos, arriesgando su vida e involucrándose, para bien o para mal, con la operación que planean sus compañeros.
Los travellings del filme no llegan a ser cámara subjetiva, como sí lo son algunos cuadros, en especial uno que otro contraplano, pero sí son planos cerrados, casi asfixiantes, sobre la nuca del protagonista, cuyos movimientos incluso nos impiden ver las acciones que tienen lugar ante sus ojos. Es como mirar por el rabillo del ojo. Espectador y protagonista ven exactamente lo mismo. Esto da como resultado la empatía del público, al que cada vez impacta menos el entorno dramático y ya quiere que Saúl, por fin, logre dar sepultura al chico.
Hijo del cineasta András Jeles, László Nemes creció cercano a sets, filmaciones, mezcladores y sistemas de edición; hizo varios cortos que fueron muy bien recibidos por la crítica, incluso ganó algunos premios por ellos. El hijo de Saúl, coescrita por Nemes y Clara Royer, propone la consecución de un objetivo como una luz de esperanza en medio de la desesperanza. No echa mano del drama ni del espanto, pues ellos están ahí, se asumen como una realidad ineludible, y, en medio de ella, relata unos pocos días en la vida de un hombre que se aferra a un retazo de fe, a un escaso y esquivo remanente de humanidad. He ahí el acierto de estos recursos: cámara sucia, planos cerrados, sofocantes, y una banda sonora que entrega, en la forma de gemidos, gritos y de una música que inquieta, que altera, todo lo que nos escatiman las imágenes, en tomas carentes por completo de profundidad de campo.
Nominada a los premios César y Goya, El hijo de Saúl obtuvo el Gran Premio del Jurado en Cannes 2015 y, en la categoría mejor película de habla no inglesa, se adjudicó ese mismo año el Globo de Oro y el Óscar, y, en 2016, el Bafta. Es una notabilísima ópera prima que impactó en cada sala de cine, en cada screening y festival en que se exhibió, no sólo por la novedosa técnica empleada sino por demostrar que era ésa o no otra la vía para introducir al espectador en una historia narrada con un punto de vista interno.
En un ambiente en el que todo es muerte, Saúl lucha por cumplir un objetivo que dignifica la vida.
(*) Sonderkommandos: Prisioneros escogidos para trabajar, cuya misión era conducir a los prisioneros recién llegados hacia las cámaras de gas, revisar sus pertenencias y entregar los objetos de valor a los militares nazis, retirar e incinerar los cadáveres y limpiar el lugar.