Gotas de tinta

La rúbrica Saramago

Por Claudia Carmona Sepúlveda

Un nuevo ser me nace a cada hora.
El que fui, ya lo he olvidado. El que seré
no guardará del que soy ahora
sino el cumplimiento de cuanto sé.

“Enigma”, José Saramago.

Una mayúscula tras una coma. Ésa es la forma en que José Saramago (1922-2010) inicia el diálogo de sus personajes y constituye una marca formal a la que el lector se acostumbra más rápidamente de lo que se podría creer. Convengamos en que a esto ayuda la destreza del autor luso: sus relatos atrapan lo suficiente como para obviar, en cuestión de páginas, ese desafío escritural.

A nivel temático, la rúbrica Saramago descuella por sus permanentes cuestionamientos existencialistas. En Todos los nombres y en El hombre duplicado nos pone frente a la cuestión de la identidad: qué nos hace, en medio de billones de almas, ser quienes somos, seres únicos, particulares; algo similar hace, aunque a escala nacional, en La balsa de piedra, cuando la península ibérica se desprende del viejo continente al que, según parecen constatar sus habitantes, nunca perteneció del todo; en La caverna, en tanto, echa mano del mito de Platón para poner en el patíbulo la realidad y los vicios del siglo XXI; en Ensayo sobre la ceguera nos empuja a los límites de la condición humana, y en Las intermitencias de la muerte propone un micromundo en el que nadie muere, con las consecuentes reflexiones respecto a la vida eterna, –aquí en la tierra, que no en el reino de los cielos–. Todo en Saramago es una incitación a la duda, y toda su creación es un gran ‘si’. Pero no formula preguntas; crea mundos y los convierte en posibles, para que sea el lector quien se plantee ¿qué pasaría si…?

Por su parte, rasgos distintivos de su narrativa son la intertextualidad y el permanente ejercicio metaliterario con que alterna las voces del narrador y del autor, ora para explicar sus largas disquisiciones, ora para asentar su estética autoral. Esta particularidad, que no es invento ni descubrimiento, alcanza en Saramago ribetes inusuales, como en este ejemplo de El hombre duplicado: “Un paréntesis urgente. Hay situaciones en la narración en que cualquier manifestación paralela de ideas y de sentimientos por parte del narrador, al margen de lo que están sintiendo o pensando en ese momento los personajes, debería estar terminantemente prohibida por las leyes del bien escribir. La infracción (…) puede conducir a que el personaje, en lugar de seguir una línea autónoma de pensamientos y emociones coherente con el estatuto que le fue conferido (…), se vea asaltado de modo arbitrario por expresiones mentales o psíquicas que, procediendo de quien proceden, es cierto que nunca le serían del todo ajenas, pero en un instante dado podrían revelarse como mínimo inoportunas y en algún caso desastrosas”. En este punto tenemos al narrador devenido personaje, y uno muy peculiar: agudo, riguroso, verborreico e, incluso, irónico. Es Saramago interrogándose sobre la existencia, sobre el individuo y su rol en el mundo, sobre las sociedades, pero también indagando en su propio proceso escritural.

En su discurso de aceptación del premio Nobel describe cómo tras haberse engañado creyendo que era, como todos, el producto de raíces genealógicas –que busca en sus abuelos Jerónimo y Josefa, en los campos de Azinhaga y en sus padres–, acaba descubriendo que se hizo también de sus propios personajes. “En cierto sentido se podría decir que letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido sucesivamente implantando en el hombre que fui los personajes que creé”. Estas palabras leídas ante selecta audiencia hallan correlato en sus diarios, Cuadernos de Lanzarote I y Cuadernos de Lanzarote II, y nos llevan de regreso al tema de su metaliteratura: Quizá por temor a desdibujarse con cada nuevo carácter que creaba, se interpelaba permanentemente e interpelaba al lector, como para no olvidar que él era la pluma tras la historia y para entender por qué la empuñaba.

La rúbrica Saramago es, ante todo, una búsqueda consciente, metódica y determinada, de una justificación de su paso por el mundo.