Sueño de Invierno (Turquía, 2014)
Por Claudia Carmona Sepúlveda
Dice una popular máxima que cada quien es aquello que hace, o –dicho de otra forma– son las acciones las que definen a las personas. Tal idea encuentra su crisol en este filme del fotógrafo y cineasta turco Nuri Bilge Ceylan (Bakırköy, Estambul, 1959), pues sus personajes se estructuran, con profundidad creciente, a través de sus actos. Y de sus diálogos, la otra gran virtud del realizador.
No es una película para ese tipo de espectador educado en la mass media que mide la calidad de una producción por cuánto le haga reír o por la cantidad sangre, disparos o cuadros por minuto que contenga. Es un filme para cinéfilos. Para aquellos que no hemos olvidado que el buen cine es el que maneja los códigos del “cómo” más que del “qué”. Porque en el cine, como en la literatura, no basta con tener algo que contar (buenas historias sobran), lo verdaderamente importante es la forma en que se entrega ese relato. Es lo que puede dar o quitar a esta disciplina credenciales de séptimo arte.
Sueño de invierno (Kış uykusu), con guiños a Chéjov y Dostoiewski, transcurre en un pequeño hotel enclavado en las montañas de Anatolia y fue filmada en ese mágico entorno constituido por la región histórica de Capadocia, Turquía. El dueño y regente del parador es Aydin (Haluk Bildiner), un hombre culto, actor retirado que, además, escribe una columna en el periódico local. Vive con su mujer Nihal (Melisa Sözen), a quien casi dobla la edad, y su hermana Necla (Demet Akbağ), recién divorciada. No hay grandes interacciones con otros personajes, a no ser algún pasajero, un viejo amigo de la familia, un par de empleados del hotel y un muchacho que arroja una piedra al paso del jeep de Aydin. Esta escena tiene lugar en los primeros minutos del metraje y constituye el giro que nos lleva a conocer la forma de vida de los personajes, su actuar, sus relaciones y, ante todo, sus ideas y principios.
Esto hace del filme del director turco una historia sin tiempo, universal. Todo cuanto vemos en las casi tres horas y media de la película puede ocurrir en otro momento y lugar. Y tan bien lograda es la puesta en escena, tan interesantes son los diálogos, tan ricos los personajes y tan reveladoras sus acciones, que el espectador permanece atento y al borde de su asiento como si se tratara de la más vertiginosa cinta de acción o de un thriller sicológico.
Bilge Ceylan, como en anteriores realizaciones (Usak, 2002; Climas, 2006; Tres monos, 2008, todas premiadas en Cannes), elude el recurso fácil de los estereotipos. Con un guion coescrito por él y su esposa Ebru Ceylan –y tal vez en ello radique su riqueza–, urde personajes complejos, llenos de aristas; nadie es completamente ruin, nadie es un santo; nadie tiene la razón ni nadie está por completo equivocado. La forma de proceder de cada personaje, así como las discusiones con que se enfrentan Aydin y su mujer, o ésta y su cuñada Necla, las que sostienen la divorciada y su hermano, incluso –y especialmente– la tensa situación que se da entre el pequeño que lanzó la piedra al auto de Aydin, manifestando su enojo con el dueño de la casa por la que su humilde familia (y cesante padre) deben el alquiler, cuando su tío y mentor le lleva a pedir disculpas, son cada cual expresión de diversos puntos de vista. Todos igualmente válidos; todos reflejo de la condición humana.
Mención aparte para la fotografía de Gökhan Tiryaki, planos generales en exteriores que marcan el ritmo de la historia y el paso del tiempo; tomas interiores y ricos contraluces que responden a las exigencias de Bilge Ceylan, quien fue, antes que cineasta, fotógrafo.
No es gratuito el reconocimiento a Sueño de invierno en Cannes 2014, donde se adjudicó la Palma de Oro y el Premio Fipresci. Es una película que, lo agradecemos, nos recuerda a los amantes del cine por qué lo somos.