Aldous Huxley. Percepción de la percepción
Por Claudia Carmona Sepúlveda
“Literaria o científica, liberal o especializada, toda nuestra educación es predominantemente verbal y, en consecuencia, no cumple la función que teóricamente se le asigna. En lugar de transformar a los niños en adultos plenamente desarrollados, produce estudiantes de ciencias naturales que nada saben de la Naturaleza como hecho primordial de la experiencia, e impone al mundo estudiantes de Humanidades que nada saben de humanidad, ni de la suya ni de la ajena”. Aldous Huxley (1894-1963) no soslaya el tema de la educación ni otros como la antropología, la fisiología o la óptica, cuando se aboca, a través de la propia experimentación, a describir y analizar los efectos que sobre la percepción genera la mescalina. El escritor británico, hijo y nieto de biólogos, sufrió durante su juventud episodios de ceguera que motivaron en él un profundo interés por los fenómenos involucrados en la aprehensión sensorial del mundo. Su ensayo Las puertas de la percepción (texto referido por Julio Cortázar en Rayuela, aunque con el nombre del autor trucado en Aldley Huxdous) inaugura una serie de escritos nacidos de esta inquietud, pero complementada con reflexiones en torno a la memoria y a lo de individual o colectivo que pueda haber en la experiencia de los sentidos: “No tengo visiones en los lindes del sueño. Cuando recuerdo algo, la memoria no se me presenta como un objeto o un acontecimiento que estoy volviendo a ver. Por un esfuerzo de la voluntad puedo evocar una imagen no muy clara de lo que sucedió ayer por la tarde (…). Pero estas imágenes tienen poca sustancia y carecen en absoluto de vida autónoma. Guardan con los objetos reales y percibidos la misma relación que los espectros de Homero guardaban con los hombres de carne y hueso que iban a visitarlo a las sombras. Sólo cuando tengo mucha fiebre, adquieren mis imágenes mentales una vida independiente. A quienes posean una imaginación más viva, mi mundo interior debe parecerles necesariamente gris, limitado y poco interesante”.
Su siguiente ensayo, Cielo e infierno (1956), aterriza, a partir del mismo tópico, en la obra de arte. En su prefacio, el ya célebre autor de Un mundo feliz, prometía arrojar luces sobre “cómo otras mentes perciben, sienten y piensan, de las nociones cosmológicas que les parecen evidentes y de las obras de arte por medio de las cuales se sienten impulsadas a expresarse”.
Químicamente hablando, la mescalina disminuye la cantidad de glucosa disponible en el cerebro. Según constató Huxley, esto deriva en una reducción de la voluntad, no afecta el razonamiento lógico, pero sí da paso a una serie de experiencias sensoriales e, incluso, extrasensoriales. La percepción del color, por ejemplo, alcanza niveles insospechados y se detecta luminosidades y matices que el ojo en estado “normal” deja escapar.
Sabiéndose agónico, el inglés que recorrió el orbe en busca de respuestas y quiso indagar en otros mundos posibles, pidió que se le administrara en su lecho de muerte una dosis doble de LSD, para tolerar mejor su paso hacia un universo al que se aproximaba por vez primera, mientras se le leía al oído trozos de una obra que visitó con frecuencia en vida: el Libro tibetano de los muertos.