Editoriales

Editorial Nº11 – Año 2 – Marzo de 2016 – DIVERSIDAD

Ser diferente. Pero ¿diferente a qué? El término sólo completa su sentido en presencia de otro, de un referente. Se es diferente a algo y ese ‘algo’ se asume como una suerte de normalidad, de estatuto de corrección o -mejor- de aceptación. Asimilar y manejar realidades uniformes parece ser mucho más sencillo que vérselas con la heterogeneidad. Y no es aventurado suponer que ésa ha sido la base que sustenta los innumerables intentos por homegeneizar a las comunidades, de los que la historia de la humanidad está plagada. La forma inglesa ‘outstanding’ resulta particularmente ilustradora para comprender lo que perturba de un alguien o algo que se destaca en su género: un elemento que asoma, que se desplaza fuera de la muy ordenada fila en que sus pares están de pie. Muchos, desde la esfera del poder, han solucionado el impasse por simple decapitación. Es el hombre atentando contra el que tal vez sea su mayor atributo: su unicidad.

En palabras de José Saramago, “el mundo empieza y acaba en cada ser humano”, pues cada quien lo percibe durante un acotado lapso de tiempo -que llamamos ‘vida’- y mediado por factores geográficos y culturales, amén de por su propia psiquis. Visto así, hay tantos mundos como personas sobre el planeta. ¿Cómo pretender, entonces, un pensamiento y un comportamiento unívocos? Muy por el contrario, ¡vamos a celebrar la diferencia! Pero escojamos una expresión más adecuada y celebremos la diversidad, vocablo que recoge con mayor propiedad la idea de abundancia de posibilidades y ya que hablar de diferencia acaba por validar ese referente de normalidad que le es connatural y que suele imponerse por la fuerza; ése que, hegemónico, ha sido responsable de guerras y masacres, que ha diezmado no sólo a la población sino también su juicio.

Aplaudamos y propiciemos la diversidad cultural, social, religiosa, cognitiva, étnica, de género; conozcamos y aprendamos de los miles de millones de otros que enriquecen el quehacer de la humanidad; defendamos su derecho a disentir, a la autodeterminación, a escoger su camino e incluso a mutar, coherentes con esa humana capacidad de reflexionar, de evolucionar, y pongamos proa a la infinidad de itinerarios posibles.

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