A la caza de la poesie pure
Corría 1936 y Yasushi Inoué, a sus 19 años, se recibía del programa de Estética y Filosofía de la Universidad Imperial de Kioto. Si bien durante su posterior carrera como escritor no pareció hacerse cargo de la influencia que haya podido ejercer Paul Valéry sobre su obra, no son de soslayar ciertos principios que lo motivaron a basar su tesis de título en la poésie pure del poeta y ensayista francés. En La Escopeta de Caza, la obra que le hiciera acreedor del Premio Akutagawa, el más importante galardón de su país, y que le permitiera, después de algunas vacilaciones voluntarias u obligadas, consagrarse definitivamente a la escritura, Inoué encarna las palabras con que Valéry unos pocos años antes condenaba el que la crítica se hubiera aferrado a ciertos modos característicos de las artes y su naturaleza, hasta introducir “una especie de legalidad” que acabó por “juzgar y clasificar las obras, por simple referencia a un código o a un canon bien definido”. Escrita en 1948, pero ambientada en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, mismo tiempo en que el poeta galo sistematizaba sus planteamientos ante una audiencia del Collége de France, la obra cruza el género epistolar con la forma narrativa tradicionalmente conocida como novela, y lo hace a través de una prosa cuyo lirismo le ha valido los más elogiosos comentarios en Oriente y Occidente.
El relato corre a cargo de un poema y tres cartas, estas últimas escritas por sendas mujeres involucradas de una u otra forma en la historia de un amor adúltero y malogrado, Shoko, Midori y Saiko. Naturalmente cada una de ellas refleja un punto de vista, pero además cada cual dibuja el universo que le rodea, erige imágenes de sus nostalgias y vierte en una misiva su particular concepción del amor, sus principios e interpretación de la vida. La a simple vista sencilla, pero rigurosa construcción de estos tres personajes que se sostienen sólo en su elocución, parece, también, hallar su referente en la poética valeriana: “en todo tema, y antes de todo examen de fondo, considero el lenguaje; tengo la costumbre de proceder a la manera de los cirujanos que primero purifican sus manos y preparan el campo operatorio. Es lo que llamo la limpieza de la situación verbal”. Una limpieza que tal vez reconocería Paul Valéry, el autor de Teoría Poética y Estética, el que señalaba que la ejecución del poema es el poema, el que, habiendo sido objeto de su estudio, no vivió para conocer la obra del escritor nipón. Enfrentado a las páginas de esta novela epistolar escrita en prosa poética, quizá celebraría el rigor rememorando su vieja sentencia: “me gustan esos amantes de la poesía que veneran demasiado lúcidamente a la diosa para dedicarle la flojedad de su pensamiento y el relajamiento de su razón”.