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Amedeo Modigliani bajo el prisma de Marcelo Escobar

Un amor trágico en París

 

En enero de 1920, una joven y bella mujer en el último mes de su segundo embarazo, se lanzó al vacío desde la habitación que ocupaba junto a sus padres en París.

Jeanne Hébuterne terminaba con su vida tras enterarse de que su amante y padre de la criatura que llevaba en el vientre había muerto el día anterior, vencido por la tuberculosis. Era Amedeo Modigliani, que ingresaba a la inmortalidad en la más absoluta miseria y jamás se enteraría de que su obra estaría entre las más cotizadas en la plástica del siglo XX, y que su nombre quedaría inscrito como uno de los maestros de la modernidad clásica. La leyenda trágica del gran solitario comenzaba.

 

En los primeros años del siglo XX, París era la capital del mundo y exhibía orgullosa sus bulevares diseñados por el brillante arquitecto Haussmann; iluminada por 10.000 faroles y más de medio millón de bombillas, la recién estrenada energía eléctrica la convertía en la Ciudad Luz. En 1900, sus habitantes inauguraban la Feria Mundial, irradiando conocimiento sobre el planeta.

Antes de la guerra, la capital francesa era lugar de encuentro de personalidades fascinantes de diversa procedencia. Los barrios pobres de Montmartre y Montparnasse se convirtieron en una colmena poblada por literatos, músicos y pintores venidos de todo el mundo. Pronto esas calles, ya inmortalizadas por Toulouse Lautrec, renacían de la mano de artistas como Pablo Picasso, Juan Gris, Marc Chagall y otros que dieron nueva vida a la bohemia, llenando el ambiente de intelectualidad. Se gestaba la segunda etapa de la modernidad. Los tres postimpresionistas fundadores de esa época, Van Gogh, Gauguin y Cézanne, habían muerto hace poco.

El estado francés adquiere por entonces el lienzo El almuerzo sobre la hierba, de Edouard Manet, que había sido acusado de escandalosamente moderno en 1863. El ambiente estaba preparado para las nuevas tendencias. A este escenario llega Amedeo Modigliani en 1906.

Había nacido el 12 de julio de 1884, en Liorna, Toscana. Su madre era amante de la literatura y hacía traducciones de los poemas de D’Annunzio. Criado en un hogar culto, el pequeño Amedeo se movió entre libros y arte. A los 14 años enfermó de tifus y decidió convertirse en pintor.

© Marcelo Escobar

Se matricula en la escuela de arte de Liorna y su formación transcurre entre joyas artísticas; recorre su país, Venecia, Florencia, Roma, absorbiendo la belleza y genialidad de los pinceles italianos. Antes de realizar trabajos propios, funda su estética en la observación metódica: admirar las formas plenas de armonía del período clásico, de las que más tarde hará una versión elegante y estilizada unida a las nuevas tendencias, para conformar su estilo. Por entonces, Pablo Picasso inauguraba el cubismo con las Demoiselles d’Avignon (1907), marcando el inicio de la vanguardia, y pronto sería seguido por otros artistas.

El retrato estaba en retirada, debido en parte a la competencia de la fotografía en materia de representación. No obstante, instalado ya en París, Modigliani será el único autor que retoma esta antigua disciplina, retratando a sus conocidos y convirtiéndose en un cronista certero del París anterior a la guerra, mientras deambula por los bares y cafés de Montparnasse, donde se hace popular y querido.

La función de un retrato es revivir a una persona, a condición de un cierto parecido. El artista se funde con el sujeto de su obra, alimentándose mutuamente. Modigliani, al paso de los años, llega a desarrollar un fino sentido estético en este arte, que será su sello personal: Los ojos almendrados, en ocasiones asimétricos, pero que no dejan duda sobre el estado de ánimo del representado; la elegante estilización de los rostros, y la grafía pictórica aprendida de los maestros renacentistas. Modigliani escribe en una esquina del cuadro el nombre del retratado, con particulares letras desiguales, y pone, con este sencillo acto, distancia entre la persona en la tela y el artista tras el pincel. Les vacía un ojo, les alarga el cuello, los deforma con elegancia, deja en evidencia la asimetría de los modelos y, no obstante, son perfectamente reconocibles. Así los ve, así los pinta, embelleciéndolos. Con el tiempo, privilegiará la fisonomía por sobre el carácter de sus modelos.

Pero estalla la guerra y la sucesión de tragedias cambia la vida de todos. Enrolamientos, emigración, huida. Modigliani permanece en la capital gala, rechazado como recluta debido a sus pies planos, y vuelve al óleo, que había abandonado un tiempo, dedicado a la escultura.

Es durante los primeros años del conflicto que su fama de gran solitario se acrecienta. Podemos imaginarle en un París vacío, bebiendo y pintando todo el día. Existe una sesión de fotografías en la que aparece paseando junto a un grupo de artistas en la rotonde de Montparnasse, en plena guerra. Beatrice Hasting, una periodista londinense especializada en arte, describe su encuentro con un Modigliani sucio y feroz, un bohemio fatalista, el mismo que unos días más tarde vuelve a encontrar, esta vez afeitado e irresistible: “un cerdo y una perla”, dirá la escritora más tarde. Seducida por el pintor, vivirá con él un tormentoso romance.

A pesar del alto grado de estilización de su obra, Modigliani no es aceptado entre los pinceles de primera línea y, sin embargo, todos le conocen y se dejan retratar por él. Gracias a Max Jacob conoce al marchante en arte Paul Guillaume, que posee una galería en la que exponen artistas rusos. Guillaume se convertirá en su mecenas más importante, pese a que nunca le organizó una exposición individual, pero le compra algunos cuadros y le vende otros, evidenciando su apoyo decidido. Luego conocerá a Leopold Zborowski, primero su más grande admirador y luego su mejor amigo, hasta el final. Se dice que Leopold era quien, altruista, le proveía de modelos y óleos.

En diciembre de 1917, tuvo lugar la única muestra individual en vida de Modigliani, en la galería de Berthe Weill, amiga de Zborowski. Allí exhibió sus ahora famosos desnudos, mujeres levemente ensoñadoras, con los ojos entornados, reposando gráciles en amplios divanes.

La leyenda cuenta que Modi (así le llamaban sus amigos) no sólo se limitaba a su papel de retratista, sino que terminaba con sus modelos en el mismo lecho donde las pintaba. Historias como esta elevaron al pintor a la categoría de mito desgraciado; sus relaciones turbulentas, el uso de drogas y su alcoholismo le convirtieron en ícono del artista mujeriego y de excesos, cualidad atribuida a los espíritus altamente apasionados.

Estos detalles resultan contradictorios con su trabajo fino, dedicado y comedido. Sus desnudos constituyen el mayor grado de estilización en su obra, fruto de una mirada educada en la historia del arte, durante su juventud en Italia. Son un ejemplo de sobriedad y atención a la forma: los frágiles cuerpos de color anaranjado son dibujados cuidadosamente y en contraste con fondos frugales; reposan en espacios de tranquila sencillez, apenas una sábana, a veces un gran cojín, son todo el decorado de sus pinturas, que impiden distracciones y nos obligan a concentrar la atención en esas delicadas figuras femeninas. Estas mujeres enfrentan al espectador con ojos muy abiertos o, en ocasiones, entornados, reflejando una sutil lujuria.

Modigliani nos muestra su mundo interior, mientras el real se desgarra en una terrible guerra. Pinta gráciles cuerpos que descansan ensoñadores y relajados, sanos e ilesos, ajenos a la carnicería que se vive en las trincheras. Es su oposición a la barbarie de miles de heridos y mutilados llegando cada día desde el frente, y una forma de enfrentar su propia destrucción, pues ya entonces su salud no andaba bien. Dedicó todo 1917 a realizar estas obras, y sólo volvería al tema en forma esporádica.

Durante 1918, París vive el cuarto año de guerra, la población es evacuada y se restringen los suministros. La gente abandona la ciudad, también lo hace el pintor, acompañado del matrimonio Zborowski y de una joven de exótica belleza que estudia arte, Jeanne Hébuterne. Quienes la recuerdan la describen así: Suave, callada y frágil, un poco depresiva.

Durante una estancia obligada en la Costa Azul, Modigliani da vida a sus obras más populares y mejor cotizadas. Son retratos de gente anónima, campesinos, mujeres de mundo, delgadas criadas y, por supuesto, de su nueva musa. Jeanne es objeto de unos 25 lienzos en esta etapa que abarca los dos últimos años de la vida del pintor. En el tranquilo retiro su técnica se transforma, el particular colorido, otro de los sellos inconfundibles en la obra de Modigliani, se torna más claro y luminoso.

En Niza, la musa da a luz a la pequeña Jeanne, quien se convertirá posteriormente en la más destacada biógrafa de su padre.

El artista que dedicó su vida a representar a otros, sólo se retrató en una ocasión, en 1919. Sus ojos apuntan al observador, la mirada es entornada y vaga; viste una chaqueta de paño café y lleva un gran pañuelo alrededor del cuello; en su mano derecha sostiene la paleta con los colores que caracterizaron sus últimos años, alegres tonos que, sin embargo, no reflejaban su estado de ánimo.

Su deceso tuvo lugar el 24 de enero de 1920 en la Charité de París. Sus restos y los de su amada Jeanne descansan en el célebre cementerio de Père Lachaise.

Se ha dicho de él que fue el gran pintor del dolor, pero lo cierto es que Amedeo Modigliani llevó una vida desenfrenada y libre, llena de pasiones y amores, y, ante todo, que dejó una obra inmortal y maravillosa.