Gotas de tinta

Aquí y ahora

Por Claudia Carmona Sepúlveda

 

Si me doy vuelta, oh Lot, eres la sal
donde mi sed se hace pedazos.

Hic et nunc, Julio Cortázar

 

A diferencia de las artes con las que la fotografía ha debido competir, por empecinamiento de unos o simple afán comparativo de otros, ésta vio la luz –sí, literalmente– en el soporte. Entre el producto y su medio de reproducción se establece, más que una relación, una verdadera identidad, pues la fotografía no tiene existencia sin el soporte; es el soporte.

Empeñado en reflexiones en torno a la autenticidad de una obra, Walter Benjamin señalaba en 1936 que la seguidilla de copias de que ésta es objeto, “en la era de la reproducción mecanizada del arte”, constituyen obras en sí, pero carentes del “aura” del original, manifiesta en la relación espacio-temporal habida en su creación, el irreproducible hic et nunc, un rescate de la belleza que coquetea con lo ritual. Lo que resulta ciertamente aplicable a la literatura, a la música y las artes plásticas, no lo es tanto en el caso de este arte de escribir-con-la-luz, en el que se desecha el criterio de autenticidad, por lo que estaríamos ante la pérdida del sentido cultual de la obra. Pero, continuando su postulado, el crítico y ensayista alemán encontraba en el regreso de ese aquí y ahora de una experiencia pasada lo “aurático” de una fotografía. Para ello se vale del significado con que Marcel Proust acuñaba la expresión mémoire involontaire. Lo bello en la fotografía es el pasado que se nos escapa y que la captura fotográfica recupera para nuestra vista y nuestra memoria. Medio siglo después, Roland Barthes establece una dicotomía entre studium y punctum, señalando que el primero de estos conceptos da cuenta de los elementos culturales de la fotografía, apelando a nuestra razón y conocimiento, en tanto el segundo es “goce y dolor”, un suplemento que el receptor agrega a la obra, aunque ya está implícito en ella, y explicaría la punción emocional que la imagen pueda provocar en quien la observa. Una vez más, memoria. Para el semiólogo francés, el aura rescatada de Benjamin es evidencia de un tiempo pretérito, la “loca verdad” de algo “que fue”, y apunta que ello tiene mucho más de magia que de arte. Y se restablece el sentido ritual de la obra.

La gran diferencia de la fotografía con otras artes parece radicar más bien en que no es imitación, no es una representación de la realidad, ni mucho menos la interpretación que un sujeto haga de ella, sino directamente su fijación. Aquí, la técnica referiría al desempeño de un conjunto de aparatos mecánicos y electrónicos, y no al desarrollo de habilidades, el estudio o la práctica que hace al maestro. El virtuosismo del fotógrafo, en tanto, lo que erige el producto de su trabajo en arte, radica ante todo en su capacidad de retratar precisamente ese hic et nunc.

Más aura y menos obra.