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Arte y sufragio. Cuando la cultura británica temió a la mujer

“Como mujer, no tengo patria”, decía Virginia Woolf.

En la agitada Inglaterra de principios del siglo XX fue el arte, de esencia simbólica y generador de respuestas, el filtro de luz y de sombras que evidenció la hipocresía y la injusticia de una sociedad que ignoraba a la mitad de su población. Y fueron los museos, refugio de valiosos tesoros, los lugares elegidos para las protestas que cambiarían años más tarde la política y la sociedad del mundo occidental.

 

La Unión Social y Política de Mujeres (WSPU, por sus siglas en inglés), que luchó por el sufragio femenino en Gran Bretaña entre 1903 y 1917 bajo el liderazgo de Emmeline Pankhurst (1858-1928), llevó a cabo una serie de acciones con el objetivo de llamar la atención del público a la causa sufragista. Su eslogan era “hechos, no palabras”. Las militantes pretendían dañar la propiedad, tanto pública como privada, para orientar la mirada de la población hacia las injusticias cometidas contra las mujeres y hacer ver la necesidad de leyes que favorecieran la igualdad.

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