Barcelona, noche de invierno
Primero porque es Navidad y una se deja sentir blandita, aunque en el fondo esté Mr. Scrooge gruñendo y vociferando el famoso “¡paparruchas!”. Segundo porque es una película catalana en la que se habla catalán y castellano y se entiende perfectamente y nadie se tira de los pelos por el bilingüismo: aquí sólo se habla de amor. Y tercero porque es otra oportunidad de ver mi ciudad en el celuloide. Ésas fueron mis tres razones para escoger la película Barcelona, noche de invierno como protagonista de la reseña de este último AguaTinta del año. Una comedia multi-historias que siguiendo la fórmula de Love Actually se adentra en las vidas de diferentes personajes con bastante gracia y sin cursilería. Ahí va la sinopsis: Un hombre de treinta años va a montar una fiesta para recuperar a su examor. Un joven de veinte está cansado de tener novia y quiere empezar a salir de fiesta. El rey Melchor salta de la carroza en medio de la cabalgata para perseguir a una chica. Una abuela necesita compartir un gran secreto con el resto de su familia, y un abuelo con muy mal carácter recibe la visita de una joven francesa.
En 2013, el director catalán Dani de la Orden sorprendió a gran parte de la crítica y el público con Barcelona, noche de verano, un filme que reunía varias historias románticas con un mismo marco espacial y temporal: una velada de estío en la Ciudad Condal. Barcelona, noche de invierno, su secuela, sigue el esquema marcado por su predecesora, aunque en esta ocasión las diferentes tramas ocurren en la Noche de Reyes. Como en la anterior cinta, nos encontramos con un prólogo en forma de cómic animado en que su director explica las razones que le han llevado a embarcarse en este trabajo. El realizador recupera, además, a personajes que ya aparecían en la primera parte, como la pareja formada por una madrileña y un catalán, un futbolista que proclamaba su homosexualidad en el largometraje previo o los dos amigos que comparten piso y su colega lesbiana, que aquí se convierte en la particular acompañante de un rey mago que busca desesperadamente a una novia de juventud. Cabe decir que la película es irregular y para mí sólo hay dos -quizá tres- historias que funcionan muy bien: la de la pareja que no sabe cómo enfrentarse a su nueva situación de padres y la de la anciana que reúne a sus hijos para confesarles un secreto. Lejos quedan los dramas ‘lacrimógenos’ que buscan que acabemos con una caja entera de pañuelos de papel o las historias de amor que pretenden que cosechemos frases para escribir más tarde en nuestro estado de Facebook. La película sabe realmente cómo tratar el tema de forma que los románticos salgamos de la sala todavía más enamorados del amor, si cabe, y que los menos románticos empiecen a serlo aunque sólo sea durante un rato. Consigue que nos identifiquemos con sus historias, tan realistas, frescas y naturales, que en una parte de nuestro ser sabemos que, perfectamente, podrían ocurrirnos a nosotros. Y, entre nos: no hay mejor sensación que ésa después de ver una película romántica. Y, ahora sí, definitivamente maté (en sentido literal) a Mr. Scrooge: porque, no nos engañemos, no importa cuán románticos seamos para admitir que, al final, el que verdaderamente es motor de nuestra vida, el que nos impulsa en muchas ocasiones a seguir hacia adelante… es el amor. El amor a la familia, a los amigos, a tu pareja… Amor a fin de cuentas.
¡Feliz Navidad a tod@s!