Editorial N°27 – Año 3 – Agosto de 2017 – LA LOCURA
La primera acepción de la RAE para la entrada locura señala: “Privación del juicio o del uso de la razón”. Y ante eso no cabe sino confirmar que se trata de una definición difícil, que llama a duda. En primer lugar, porque nace preguntarse qué juicio es ese, o de qué razón hablamos y argumentar que las personas que llamamos locos sí hacen uso de la razón, o de una forma de ella. Es más, ¿cómo define esta misma autoridad académica el concepto razón? Apunta: “Facultad de discurrir”. Pues bien, el loco discurre. Siguiendo vías diversas, estableciendo relaciones que a otros resultarán ajenas, pero lo hace. Elabora. Construye realidad.
Ergo, no hablamos de juicio o razón, sino de un juicio y una razón. ¿Determinados por quiénes?
Los diccionarios de Psicología no se hacen cargo del concepto locura como diagnóstico, sino sólo en sus consideraciones históricas. Lo que antes la –llamémosla– “salud pública” entendía por loco difiere de la percepción actual, y varias patologías siquiátricas han salido ya de bajo ese gran paraguas. La epilepsia, por ejemplo. Pero la ezquizofrenia en sus grados más severos sigue siendo para muchos una forma de locura. O lo que hoy se llama Trastorno Bipolar. Convengamos, sin embargo, en que lo que ha variado es la aceptación del medio social a esos “males”, que llaman hoy ya no a rechazo o exclusión sino a compasión o empatía, porque se les medicalizó. Pero su tratamiento sigue teniendo un único norte: la integración. Y no hablamos de una integración por inclusión, sino por asimilación. En otras palabras, la medicina moderna, apoyada en el uso de fármacos, trata a los locos intentando normalizarlos, moldeando su raciocinio diverso a uno común, generalizado: a un patrón de conducta.
Nos vemos tentados, entonces, a entender la locura simplemente como diferencia.
Al respecto, la historia, los teóricos e incluso las artes tienen mucho que decir. El Museo Dr. Guislain, en Gante, es el punto de partida del recorrido que hacemos por el tema; pasa luego el testimonio a Foucault y las reflexiones sobre locura y poder; a la opinión de una sicóloga clínica sobre la relación entre el cine y las psicopatologías; a Diamela Eltit, la escritora que se hizo eco del loco, y a la vida y obra de Camille Claudel, quien sufrió en carne propia el confinamiento en un manicomio.
Pero nuestra edición no se limita al tema central y, en forma especial, esta vez abre con un tributo al que nos sumamos: el de Diego Muñoz Valenzuela al recientemente fallecido Poli Délano, voz y pluma entrañables cuya carencia ya se hace sentir.
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