El tiempo, ¿abolirlo o inventarlo?
Por Claudia Carmona Sepúlveda
Tiempo presente y tiempo pasado
se hallan quizá presentes en el tiempo futuro
y el tiempo futuro dentro del tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente,
todo tiempo es irredimible.
(T. S. Elliot)
Lineal o circular, en progresión o regresión, el tiempo es connatural a la narrativa, pues el hombre difícilmente concibe el relato sin un antes y un después. No obstante, y con variados resultados, alcanzar su abolición ha sido ejercicio de plumas como la de Julio Cortázar, en Todos los fuegos el fuego, pero a fuerza de trasponer planos temporales que concatenan historias acaecidas en distintos momentos de una secuencia que, de igual modo, resulta lineal a nuestra cognición. Y es que el cerebro humano necesita de un ordenamiento para procesar lo que percibe, por más que la física intente hacernos entender que toda seriación temporal no es más que una quimera, o, en palabras de Einstein, que “la separación entre pasado, presente y futuro es una ilusión, aunque convincente”.
La poesía, por su parte, que busca trascender anulando el tiempo histórico, resulta en una dimensión paralela de tiempos sincréticos, mucho más cercana que otros géneros a la concepción de, por ejemplo, las etnias originarias de Oceanía, cuyas lenguas, sin excepción, carecen de formas temporales y cuya expresión del mundo es siempre aquí y ahora, un ejemplo de que el sentido del tiempo no es universal.
Constatando esto último surgen estudios según los cuales distintos grupos humanos elaboran diversas convenciones, incluso rituales, para estructurar los hechos en un tiempo cronológico objetivo que no es más que un tiempo sicológico subjetivo, a nivel de comunidades. El tiempo es también un constructo síquico, ya en la esfera del individuo, para el neurocientífico David Eagleman. Deudor de teorías de similar índole, desarrolló una serie de ensayos en los que determinados sujetos fueron sometidos a experiencias gobernadas por el miedo, intentando probar que tiempo y memoria están estrechamente vinculados, y ésa sería la razón por la que dichos episodios resultaban mucho más largos para tales sujetos que para quien conducía las pruebas. Expuesto a situaciones extremadamente novedosas, nuestro cerebro adquiere una mayor densidad mnemónica, es decir, retiene más información y este más abultado volumen de recuerdos resultante nos hace creer que aquéllas se han prolongado más de lo que los instrumentos de medición pretenden objetivar.
Ahora bien, desafiar a Cronos, el más terrible de los hijos de Gea, y hacernos del poder sobre nuestro tiempo, ¿con qué fin? ¿Abolirlo y alcanzar una suerte de trascendencia, libres ya del sesgo de una percepción secuencial? ¿O inventarlo, enfrentados voluntariamente a la novedad, para procurarnos una vida, a nuestro entendimiento, más larga?