DeLetreando

Fernando Pessoa, demiurgo de un imperio

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Por Claudia Carmona Sepúlveda

La cultura europea, que al llegar el siglo XX ya había encontrado en las literaturas nacionales de Inglaterra, Francia o España ejemplos de la disolución que enfrentaba, vería surgir aun a los estudios sicológicos postulando la fragmentación interna del ser y a la física desechando la idea de unidad mínima del átomo, al mostrarse éste como una realidad también heterogénea. Una sociedad multiconfesional y los crecientes nacionalismos nutriéndose de los intereses puestos en ultramar, acabaron de conformar el mundo fragmentario en el que nació, en 1888, el poeta Fernando Pessoa. Sebastianista acérrimo y empecinado en la idea del advenimiento del Quinto Imperio, profecía antiquísima que situaba éste en Portugal, se sintió llamado a conducir la revolución cultural que habría de desembocar en semejante prodigio –y a propiciarlo- y lo haría encarnado él mismo en su rey y mesías, don Sebastián, y devenido en vate magno, único merecedor del apelativo Supra-Camoens, al eclipsar incluso a la más grande pluma de su tierra.

Cumpliendo un plan cuidadosamente trazado, Pessoa fue dando luces de la “aparición del poeta supremo” de su “raza”, en forma paulatina, en sucesivas publicaciones en la revista A Aguia, abonando el terreno en que dejaría caer grano a grano la semilla de su pensamiento, estrategia que encuentra explicación en su vínculo con el ocultismo: “los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender”. Fueron las voces que conformaban su ideario quienes dieron vida a uno y otro de los más de setenta heterónimos que el pensador luso llegó a crear, para deslizar concepciones filosóficas desde las cuales, y gracias a la riqueza sin parangón que atribuía a la lengua portuguesa, manaría el debate intelectual que diera contexto y justificación a esa voz única por venir. El paganismo del heterónimo poeta por excelencia, Alberto de Caeiro, su estoicismo expresado en los versos “cuando hace frío en el tiempo del frío,/ para mí es como si hiciera buen tiempo”, se supera y encumbra en el epicureísmo de su análogo, aunque discípulo, Ricardo Reis: “Gozo soñado es gozo, aunque en el sueño./ Los que nos suponemos, eso hacemos/ si con atenta mente/ resistimos creyéndolo”. Prevanguardista y versista libre uno, vanguardista tardío y formalista el otro, sostienen entre sí y con sus pares discusiones estéticas de alto vuelo, que el poeta luso instala, cual demiurgo, en su edificación de ese imperio del pensamiento que sucedería a los cuatro que fueron el griego, el romano, el cristiano medieval y el europeo.

Los fragmentos de la cultura del viejo continente son al Quinto Imperio, universal y unificador de credos y reinos, lo que los heterónimos al Supra-Camoens, síntesis de voces. Ni uno ni otro se materializaron, pero en el proceso, el siempre solitario vate lisboeta erigió una poética en la que, de paso, encontró compañía e interlocución.