Jim Morrison bajo el prisma de Benito Martínez-Martínez
El mundo en llamas/ Taxi desde África/ El Gran Hotel/ Una gran fiesta anoche/
atrás, volviendo atrás/ en todas direcciones/ durmiendo estas insanas horas./
Nunca me despertaré de buen humor otra vez./ Estoy harto de estas apestosas botas.
James Douglas Morrison
Está en llamas el altar del silencio
Cuando se robaron el disco de The Doors de la fiesta de Manolito, en el colegio se armó la de Dios es Cristo. Primero, porque aquello era un bien raro, casi único, luego porque se filtraba la información de que había gente fiesteando con música rock, la endemoniada, pervertida, insensata y peligrosa música del enemigo, de esos peludos amanerados que amenazaban con destruir la pureza de una juventud gloriosa, uniformada y fiel que estaba destinada a construir el mundo del futuro. ¿Te das cuenta Benito, de que por ese camino y con tus malas notas en matemáticas, eres un blanco fácil del imperialismo y que ahora mismo podrías estar siendo captado como agente de la CIA? Teníamos quince años.
No entendíamos una palabra de aquel inglés complicado, o quizás entendíamos más o menos “fire” (fuego) pero no nos importaba. Quizás algunos de nosotros no sepan, siquiera hoy, que bailábamos aquella música envolvente, cuyos textos decían cosas como Sabes que yo no sería sincero/ sabes que sería un mentiroso/ si te dijera que no podemos volar más alto (con la droga)/…/ se terminó el tiempo de dudar/ pruébala, sólo podemos perder/ y nuestro amor será una pira funeraria.
Ese fue nuestro primer contacto –para algunos el único– con Jim Morrison, su voz sensual, las notas poderosas de The Doors y aquellos textos dificilísimos, a cuya traducción renunciaban hasta los muy cómplices profesores de inglés. Morrison había muerto muchos años antes y nuestra generación llegaba tarde a la contracultura, a la rebeldía de los sesentas, a la estética hippie, a Woodstock y toda la mitología que se desarrolló desde la época Beatnick hasta el asesinato de Lennon en 1980. Quedamos condenados a sentir nostalgia de lo no vivido.
Como toda su generación –nació en Florida en 1943 y murió en París en 1971– la espiritualidad del cantante, compositor y poeta estuvo marcada por el mundo del fin de la II Guerra y el de la guerra de Vietnam; aquellos años cincuenta y sesenta ritmados por la música de Charlie Parker, The Beatles, The Rolling Stones y otros, así como por las novelas de Kerouac, la poesía de Ginsberg, el cine neorrealista italiano y los post beatnicks como Charles Bukowski. Un ambiente donde se mezclaban la desilusión, la amargura, la violencia y el escapismo de la contracultura hippie, con el uso ritual-recreativo de drogas cada vez más duras y la utopía de un mundo de paz y amor que tuvo su mayor expresión en el “Verano del amor” de 1969.
Por los años en que Morrison estudiaba cine en la Universidad de California en Los Angeles, la famosa UCLA; el Buró Federal de Investigaciones lanzó un estudio sobre los efectos del ácido lisérgico en la juventud, destinado a conocer su posible influencia en la eficacia de los soldados destacados en el sudeste asiático. El LSD se convirtió así en una droga de culto para los jóvenes intelectuales y artistas de la época –además de ayudar a la destrucción del movimiento de las Panteras Negras– y, por supuesto, para James Douglas Morrison.
Suavemente conducido, lento y loco.
Como algún nuevo lenguaje.
Llegando a tu cabeza con el frío, furia repentina de un mensajero divino.
Déjame hablarte sobre la angustia y la pérdida de Dios.
Divagando, divagando en la desesperada noche.
Aquí fuera no hay estrellas en todo el perímetro.
Aquí fuera estamos colocados.
Inmaculados.
Pero no fue sólo el LSD su droga, también la filosofía, Nietzche, Rimbaud, la sicología, la música, el cine. Lee obsesivamente, estudia, se cultiva y a la vez se rebela contra todo, el éxito lo persigue como cantante, cuando busca la realización como poeta; escribe bajo los efectos del alcohol y la droga, de forma desordenada, a veces inconclusa, es desesperado y desesperante; escandaliza con sus comportamientos y se lanza en provocaciones freudianas en pleno concierto que paradójicamente quedarán como clásicos de su música: padre quiero matarte/madre quiero follarte (The End), una improvisación que acabó siendo parte de la grabación definitiva del disco.
The Lords y The New Creatures son sus dos primeros volúmenes, publicados más tarde en uno solo; hay aquí un amasijo de notas de cine, reflexiones y aforismos además de algunos versos, sobre todo en el segundo título. Sus versos son recopilados en Wilderness, The American Night y Far Arden; al final de su vida se siente más poeta que otra cosa, pero le es imposible abandonar The Doors. Más discos salen, mayor es el éxito. Y a más éxito más frustración, más rebeldía, más escándalo. ¿Quizás tenían razón quienes nos lo prohibieron?
Necesitamos grandes y doradas cópulas.
Los padres están ocultos en los árboles del bosque.
Nuestra madre está muerta en el mar.
¿Sabes que estamos siendo conducidos a matanzas por apacibles almirantes?
¿Y que gordos y lentos generales están profanando sangre joven?
¿Sabes que estamos siendo manejados por la televisión?
An American Prayer es un poema de una mística contestataria, que revela la inclinación de Morrison por el espiritismo y el chamanismo, Reinventemos los dioses, todos los mitos de los tiempos, da título a un álbum póstumo editado por The Doors en 1978, con poemas leídos por el autor y musicalizados por el grupo.
Como otros poetas llamados malditos, James Douglas Morrison –prefería utilizar su nombre completo para la poesía– se inclinaba por un lenguaje coloquial y descuidado, lejos de la academia y los formalismos, creando una poesía salvaje y áspera, con giros a veces intraducibles y otras, simplemente incomprensibles, que otorgaban un sentido al sonido de las palabras por encima de su significado, un nivel fonético próximo al de la psicodelia rock de aquellos años turbulentos.
James entra en una relación personal con el lector, se dirige directamente a él, a sus frustraciones, sentimientos, miedos; lo implica, lo culpabiliza o intimida. Comparte con el lector gruesas referencias de sus lecturas de esoterismo, antropología o filosofía, pero lo hace en espesas metáforas, sin mucho refinamiento; así aborda la desesperación, la opresión, el sexo/amor, la muerte y la poesía misma. Todo cargado de símbolos recurrentes que van formando un estilo de decir muy personal.
Se hace llamar “rey lagarto”. La simbología de los reptiles –ligada a la noción de “cerebro reptiliano”, y al chamanismo– tiene en su vida y en su obra un significado especial; así como la autovía, símbolo a la vez de libertad y aventura, pero también de autodestrucción (en su infancia fue testigo de un horrible accidente que lo marcó para siempre). LAmerica es un término inventado por él para denominar a un tiempo a la ciudad de Los Angeles y a los Estados Unidos. El ojo, un símbolo vinculado gráficamente al dólar; el ojo es Dios/…/ el ojo es una criatura de fuego (The Eye, 1968). Y por último, el fuego.
Contra el conformismo, contra el silencio impuesto por el sistema, sus canciones arden, tanto como sus poemas. El mundo en llamas. El fuego es destrucción y es sexo. Y el sexo, como fuego, también es destrucción, furia, frustración y provocación feroz:
Muerte, vieja amiga.
La muerte y mi polla son el mundo…
Sacrifico mi polla en el altar del silencio.
FUENTES
* Morrison, James Douglas. The Lords and The New Creatures. Simon & Schuster, Nueva York, 1970.
* Morrison, James Douglas. The Lost Writings of Jim Morrison. Vol. I, Wilderness. Vintage Books, Nueva York, 1988.
* Morrison, James Douglas. The Lost Writings of Jim Morrison. Vol. II, The American Night. Vintage Books, Nueva York, 1990.
* The Doors (Oliver Stone, 1991).
* The Doors. The Best of (Rhino Entertainment, California, 2007).