... bajo el prisma de...

Leopoldo María Panero bajo el prisma de Benito Martínez-Martínez

La guerra por ser yo

 

En la cárcel se rompe la odiosa dicotomía entre lo público y lo privado, se rompe con la odiosa estructuración social del aislamiento… la cárcel es el útero materno y, fuera de él, el yo se fortalece y empieza la guerra más inútil y sangrienta; la guerra por ser yo, para lo cual haría falta que el otro no existiera…

Leopoldo María Panero, El desencanto.

 

La rebeldía se paga cara, cualquier forma de rebeldía; pero en una familia tradicional y acomodada de la España franquista la rebeldía es un pecado mortal que, más allá de la muerte física, se paga con la muerte moral y social. La diferencia se paga cara, toda la diferencia; pero en una sociedad marcada por los dictados de una Iglesia Católica omnipotente y un régimen político dictatorial y retrógrado, la diferencia es delito, crimen, anormalidad condenable y condenada. Muerte moral, aislamiento social, degradación física, represión, cárcel, abandono y cura de la diferencia, fueron los golpes de cincel que tallaron la figura del poeta.

Todos los poetas están locos. Pero Leopoldo María es para muchos el más loco de todos. Hijo de Leopoldo Panero, controvertido escritor muchas veces estigmatizado como “poeta oficial” del franquismo, pero que mantuvo relaciones estrechas con intelectuales progresistas de la época, su rebeldía –antes que su poesía– se reveló, como para muchos otros jóvenes de los años sesenta y setenta del siglo XX, en el consumo de drogas, varios intentos de suicidio y una cierta militancia antifranquista, que le costó la cárcel. Bisexual, su comportamiento social no mejoraría las cosas para él.

A su muerte, en 2014, el periodista Javier Rodríguez escribe en El País que Panero era “un hombre irreductible, más fácil de tratar para los rockeros que para los catedráticos”; de hecho, colaboró con ciertas bandas de rock y músicos alternativos que musicalizaron sus textos.

Trataron de curarlo: de las drogas, de la homosexualidad, de la poesía, de la diferencia, de la rareza; convirtieron en maldito a quien en realidad resultaba molesto. Pasó su juventud y casi toda su vida en hospitales siquiátricos; su madre, escritora venida a menos por su matrimonio con el padre dominante, lo internó una y otra vez. Los tratamientos médicos y los electrochoques no lograron sin embargo doblegarlo por completo, pero se desarrolló en él un cinismo agudísimo, un profundo desprecio por casi todo y una grave paranoia.

Para el catedrático Jenaro Talens, “Panero no cesa de reivindicar lo apoético, lo imperfecto, lo ‘descuidado’ como horizonte de trabajo. En alguna medida ello explicaría… la repetida negación de lo poético (es decir de lo artístico) en cuanto tal que ambas verbalizan… lo fragmentario, lo incoherente y en general todo aquello que busca situarse en el territorio del exceso (coprofilia, incesto, impotencia, homosexualidad, sadismo, masoquismo etc.), no entran en los poemas como provocación sino como síntoma, porque si no son ‘la’ verdad al menos forman parte también de una (otra) verdad”.

La cita muestra la dificultad, incluso para los más finos estudiosos, de diferenciar entre el personaje –nacido en Madrid en junio de 1948– y su obra; entre el discurso poético y la experiencia de vida; tan vitalista, nerviosa e intimista es la poesía de Panero, miembro de una generación cuya principal característica es haber sido publicados en un mismo y discutido volumen, Nueve novísimos poetas españoles, una recopilación de José María Castellet de 1970. Un grupo formado por personalidades fuertes de la poesía, algunos tan cercanos a la persona de Panero como el catalán Pere Gimferrer, pero con estilos muy diferentes.

Y si es tan difícil diferenciar al poeta de su poesía es quizás –no se puede afirmar sentenciosamente– porque Panero es poeta de la pérdida, del vacío, de la distancia y el frío, de todo lo que no es, no está, ni aparece, y todo esto en él se confunde y esa inmensa ausencia es la única presencia tangible, perceptible ya desde sus primeros poemas: “Pero el viento deshace las ultimas nieblas/ otros creen que es el frío en las manos caídas/ Olvidan que la llama no sólo se apaga en sus ojos/que después no es el frío, es aun menos que el frío”. (Canto a los anarquistas caídos sobre la primavera de 1939).

© Marcelo Escobar

La vida de Panero, como su poesía, es la angustia constante por sobrevivir a la aniquilación. La aniquilación familiar, social, la condena al individuo a una no existencia, que es la condena del poeta al silencio. Por eso escribe mucho, de manera desmedida y automática, aprovechando su locura para dar rienda suelta a todas sus pulsiones, cultivando sin quererlo la imagen de maldito o marginal, aunque en realidad le publican todo y sale y entra de los manicomios como de su casa. Odia el siquiátrico de Mondragón, donde según dice lo quieren matar, envenenándolo, en una conspiración de dimensiones universales, pero se interna por voluntad propia en otros, como en Las Palmas de Gran Canaria.

El consumo de drogas, agregado a la medicación siquiátrica intensa colocaron con frecuencia al poeta en sus propios universos paralelos –los famosos paraísos artificiales de Baudelaire–, pero no como la herramienta de creación que eran para el poeta francés, sino como vivencia o sobrevivencia, una manera de escapar, al menos momentáneamente, a la muerte y al suicidio como su vía más directa: “Y para qué morir si en los barrios adonde/el carmín sustituye a la sangre/ nos dan por 125 ptas, algo que según dicen es un sucedáneo de la miel” (La canción de amor del traficante de marihuana). O como en Condesa morfina: “Y en la noche escuché tu abrazo/ correcto y silencioso/ señora/ hermosísima dama/ que en la noche juegas un blanco juego/…/ pura como el hielo tú eres…”.

La muerte no está lejos (y para qué morir, dice el traficante), nunca está lejos para el hombre como para su obra. Recuerda Panero en el documental El desencanto la frase de un tío a su madre cuando se enteró de que consumía drogas a raíz de uno de sus múltiples intentos de suicidio: “lo peor no es que se haya suicidado, lo peor es que toma drogas”. Entonces empezó la larga peregrinación por siquiátricos –ya había estado preso– y una relación con la madre represora que él describiría como de amor/odio. Escribía muchísimo, compulsivamente, y publicó decenas de libros de poesía, ensayos y traducciones; sus escritos parecen destinados a sí mismo o a sus propios fantasmas; el lector desaparece. Su dicotomía fue escribir o suicidarse, o suicidarse escribiendo. No tuvo suerte; murió el 5 de marzo del 2014 en el manicomio de Las Palmas de Gran Canaria.

“Todos nosotros somos niños muertos, clavados en la balaustra como por encanto, como sólo saben esperar los muertos/ Se diría que has muerto y eres alguien por fin, un retrato en la pared de los muertos,/ un retrato de cumpleaños con velas para los muertos/ Pero a nadie le importan los niños, los muertos/ a nadie los niños que viajan/ solos por el país de los muertos/ y para qué, te dices, abrir los ojos al país de los ciegos”. (A mi tía Margot). “Has muerto y eres alguien por fin”, ahí está ese vínculo entre muerte y sentido de la vida que palpita en cada suicida, morir para vivir fuera de sí mismo; para vivir en el otro. La guerra por ser yo.

Atormentado, cínico, brutal, incoherente, rebelde, feliz por ráfagas, depresivo y triste, pero… ¿loco? Quizás sí, pero ese es un concepto propio a la siquiatría, no a la literatura, aun menos a la poesía. ¿Importa? Importaban las tinieblas de la existencia y del ser a aquel niño que a los cuatro años preguntó a su padre, ante la sorpresa turbada de sus invitados: “Papá, cuando se apaga la luz, ¿adónde va lo claro?”.

 

FUENTES

* Castellet, José María, Nueve novísimos poetas españoles, Península, Madrid, 1970.

* Panero, Leopoldo María. Poesía completa 1970-2000. Visor, Madrid, 2001.

* Panero, Leopoldo María. Poesía completa 2000-2010, Visor, Madrid, 2013

* Panero, Leopoldo María, Agujero llamado nevermore, Cátedra, Madrid, 2000.

* De poesía y su(b)versión; reflexiones sobre la escritura denotada de Leopoldo María Panero (prólogo a Un agujero llamado nevermore Cátedra, Madrid, 2000).

* Fernández, J. Benito, El contorno del abismo; vida y leyenda de Leopoldo María Panero, Tusquets, Madrid, 2006.

* Chavarri, Jaime, El desencanto (documental), Madrid, 1976.

* Beut, Jacobo, Un día con Leopoldo María Panero, Madrid, 2005.

* Sánchez Dragó, Fernando, Negro sobre blanco, emisión de televisión, 1999.