Reseña de cine

Lucky (2017)

Por Cristina Duarte Simōes

En viaje hacia uno mismo

El primer largometraje dirigido por el actor estadounidense John Carroll Lynch inunda la sala de una agradable sensación de bienestar cinematográfico, escaso en estos días.

Imagine un pueblito en los Estados Unidos, recóndito, polvoriento, en un lugar desértico y no muy lejos de la frontera mexicana; un letrero viejo que indica “Saloon”, un antiguo revólver colgado en un muro, como objeto de museo. Imagine a Lucky, un viejo vaquero solitario, interpretado por Harry Dean Stanton, que vive en medio de ninguna parte. Cada día lleva a cabo las mismas rutinas, las mismas acciones.

De hecho, el filme comienza con él mientras hace su gimnasia cotidiana, toma su café matinal, enciende un cigarrillo. A diario acude a la cafetería del pueblo donde resuelve crucigramas y conversa con el dueño. Por las tardes, ve sus programas preferidos en la televisión y bebe un Bloody Mary con los parroquianos en el bar. Sigue su monótono devenir, entabla diálogos sobre temas convencionales o sobre su salud, muy buena pese a su edad y a que fuma.

Tal rutina es interrumpida por pequeños eventos, como la llegada de un exmarinero al café o cuando le preocupa la desaparición de la tortuga de uno de sus amigos del bar, desatando su solidaridad hacia el dueño de la mascota, interpretado brillantemente por David Lynch. (Preciso es decir que no existe parentesco entre los realizadores, sólo el alcance de apellido).

Esta película muestra la vejez del cowboy, personaje anacrónico con sus botas de cuero y sombrero a lo John Wayne, actor al que el filme hace referencias simbólicas y explícitas, como el apodo que le da a un niño mexicano llamado Juan o el que sus largas caminatas sean acompañadas por el sonido de una armónica que entona Red River Valley, en un guiño a la obra maestra de Howard Hawks Red River, filmada en 1948, precisamente con John Wayne en el rol protagónico.

Al momento del rodaje, Dean Stanton tenía 91 años y más de seis decenios de una carrera contundente. Aquí encarna con ternura, precisión y melancolía a este Lucky en la senectud, con su modo de andar cansino, fotografiado en ciertas tomas con la bella luz crepuscular del desierto. Algunas escenas son de un realismo despiadado: su silueta demacrada y su cuerpo macilento y frágil, en ropa interior.

Harry Dean Stanton falleció en septiembre de 2017, dos semanas antes del lanzamiento comercial del filme, haciendo de Lucky una suerte de testamento actoral, un conmovedor tributo para quien interpretara, en 1984, al padre amnésico en el inolvidable París, Texas, de Wim Wenders.

La cinta es también un homenaje a la vejez y a la libertad de los solitarios; a la necesidad de realizar un viaje espiritual antes de desencarnar… aunque se trate de un ateo de 90 años.