Reseña de cine

Mi planta de naranja lima

02-miplantaPor Claudia Carmona Sepúlveda

Sólo dos años después de la publicación de una de las novelas entrañables de la literatura de Brasil, se estrenaba la primera de las muchas versiones cinematográficas que habría de tener Mi planta de naranja lima, obra original de José Mauro de Vasconcelos, editada en 1968 y adaptada para la pantalla por Aurelio Teixera y Braz Chediak.

Se trata de un relato limpio, amparado en la consistencia de una historia sencilla, en una ambientación bien lograda y en sólidas actuaciones, y se basta a sí mismo para gatillar en el espectador la empatía con los más tiernos años de la infancia, incluso hoy, pese al tiempo transcurrido.

Zezé es un niño de cinco años, dotado de una gran imaginación que aprendió a leer solo y se apresta a experimentar dos importantes cambios en su vida: la escuela y una mudanza. Antes de ésta, pasa la más triste de sus noches de Navidad, con una cena constituida sólo por rabanada -rodajas de pan frito aderezadas con canela-, en medio del silencio y la tristeza de los adultos, anhelando un regalo que no llega y lamentando, al día siguiente, la mala suerte de tener un padre desempleado. El arranque ofende al aludido, pero hiere aun más el corazón del pequeño que decide ofrendarle cigarros finos a modo de disculpa, aunque para ello deba pasar todo un día lustrando zapatos en la calle. Eso sí, cobra la mitad de la tarifa habitual pues es consciente de no hacerlo tan bien como los lustrabotas experimentados.

Es parte de una ética rudimentaria, pero sólida que guía sus pasos. La misma que, una vez en la escuela, le hará rechazar dinero de su maestra Cecilia, acto que explica con el siguiente parlamento, traspuesto textualmente del libro al guion:

-De vez en cuando podría darle ese dinero a Dorotília, en lugar de dármelo a mí. La mamá lava ropa y tiene once hijos, todos chiquitos todavía. Didinha, mi abuela, todos los sábados les da un poco de feijao y de arroz, para ayudarlos. Y yo divido la masita que usted me da, con ella, porque mi mamá me enseñó que uno debe dividir la pobreza propia con quien es aun más pobre.

Estos mismos principios le permiten ejercer una dura autocrítica cada vez que se deja llevar por el diablo que tiene dentro y comete travesuras. Ello se deja ver con frecuencia en los diálogos que entabla con Minguito, la planta de naranja lima que encuentra en el patio de la nueva casa y que convierte en su amigo y confidente. El otro gran depositario de su afecto y de su confianza es Portuga, un portugués de clase acomodada al que ve como el padre que siempre soñó. Este papel lo reservó para sí Aurelio Teixera, quien además dirige el film; en tanto, el rol del pequeño Zezé es desempeñado con gran propiedad por Júlio César Cruz y le granjeó las simpatías del público y un espacio destacado en la pantalla local.

Mi planta de naranja lima es una realización que se agradece, que roza el lirismo, un reencuentro con el cine que, ante todo, relata historias, carente de la parafernalia rotulada como recursos técnicos, con que el cine de las últimas décadas frecuentemente pierde el foco. El gran logro de esta producción es transmitir al espectador la congoja con que Zezé vive una etapa que a todos nos toca: salir al mundo y alcanzar “la edad de la razón”, aunque para él significa perder a sus dos más amados amigos.