... bajo el prisma de...

Raúl Ruiz bajo el prisma de María Eugenia Meza Basaure*

A PASITO LENTO

Hace casi tres décadas, caminé toda una tarde por París con un señor encantador, muy culto, un poco tímido y que sabía historias de esa ciudad, del mundo. Sabía mitos clásicos y cuentos populares. Antropología, lingüística, semiología, dramaturgia, matemáticas. Sabía de conocer y de vivir. En un recorrido de lentas horas y pasos, me contó muchas cosas, analizó otras tantas y me llevó desde una copa de vino blanco en el bar Cluny del Barrio Latino, hasta un vaso de vino nuevamente blanco, que él encontraba parecido al pipeño, servido en un restaurante de un barrio no sé por dónde. Días antes lo había llamado por teléfono y el encuentro había surgido fácil y sin complicaciones.

Al llegar a ese vaso de pipeño, me contó que la vez anterior en que hizo ese recorrido lo acompañaba un joven que hacía sus pinitos en la crítica de cine y que en lugar de aceptar su recomendación, pidió una cocacola en ese boliche oscuro y popular, que algo tenía de los bares santiaguinos y bolerísticos de los 60 retratados en Tres tristes tigres. Pedir una cocacola a él le pareció lisa y llanamente increíble.

Es que Raúl Ruiz, mi anfitrión por esas calles y esos lugares, simplemente no podía comprender aquello. Quizá tampoco hubiera podido comprender, y se hubiera sonreído al saberlo, que ese mismo joven, en una crónica sobre cine chileno escrita unos pocos años antes para una revista muy representativa de la cultura opositora a la dictadura, lo había descrito como “inevitablemente caótico”, sin poder explicar el juicio.

Lo cierto es que era un juicio tremendamente equivocado, pese a que considerar caótico a Ruiz era parte del mito que rodeaba su figura en el Chile de los 70, sobre todo entre quienes sólo habían escuchado de él. Entre los diversos privilegios con que me ha regalado la existencia está el haberlo conocido en la Escuela de Artes de la Comunicación (EAC), de la Universidad Católica, donde hizo clases durante un semestre en 1971. Oyéndolo y compartiendo con algunos de sus actores y amigos, aprendimos, entre otras cosas, que en su técnica de aparente improvisación había mucho de cálculo y, sobre todo, mucho conocimiento y estrategia. Utilizaba con sus actores –mezcla de profesionales con personas de la calle– diversas y estudiadas formas de sacar de ellos esa soltura y esa naturalidad que hacía –que hace– tan creíbles a sus personajes. Pero de caos, nada. Tanto que hasta supimos que marcaba los movimientos de cámara y de personas en el suelo. De azar quizá un poco, pero con la genialidad de integrarlo en el dibujo de la escena que tenía en la cabeza y del que se desprendía esa capacidad tan suya de ir a lo esencial.

Su estilo era, por entonces, el de una jam session: había quienes entraban y salían de escena, decían y provocaban, siguiendo códigos preestablecidos entre ellos y el director. Lo hacían libremente, pero buscando resultados específicos y consiguiendo esa espontaneidad que estaba a años luz del resto del cine nacional de esos años y de los de ahora.

Por su labor académica en la EAC, llevada a cabo a veces incluso en su casa durante un postoperatorio que lo alejó de las salas, no recibió sueldo alguno debido a un problema administrativo. Aquello lo llevó a una graciosa costumbre que mantuvo no sé por cuánto tiempo: renunciar a dineros que nunca había tenido. Así lo hizo con la UC, frente a la cual declinaba, con algunas condiciones, al posible pago por su trabajo docente, siendo una de ellas la compra de una subscripción al muy católico diario Il Observatorio Romano, destinada a hacer más progresista a uno de sus alumnos que se calificaba de monárquico. Tiempo después renunció, con una carta no menos jocosa, a una supuesta asignación millonaria de Chile Films para el financiamiento de su próxima película.

A propósito de su humor, ese día de comienzos de los 80 en París, la jornada culminó en el departamento de Ruiz y Valeria Sarmiento, donde había instalada una moviola. En ella me mostró un corto que estaba montando, un documental sobre esculturas de arena, un encargo de alguna municipalidad gala para promocionar un concurso veraniego. No sé qué habrá sido de ese cortometraje. Pero puedo atestiguar que hasta en un trabajo aparentemente banal podía poner su estilo y su sello: hacia el final, justo antes de que el mar se llevara las figuras, un perro levantaba la pata sobre la ganadora y luego se iba, con la cámara siguiéndolo. Era Francia, pero podría haber sido Chile. Un Chile al que nunca renunció como materia de sus filmes. Un Chile que miró con corazón de chilote y ojos universales, lúcidos y, por eso mismo, teñidos de una cierta tristeza.

La finitud y el tiempo, el territorio y el mito: asuntos que le interesaban. Lo general deduciéndose de lo particular. Y la gracia como herramienta sutil y develadora de modos de ser. La mirada que descubría aquello que otros no veían, pero que luego sabrían reconocer. Los detalles. Los objetos. El planeta Ruiz.

Jugó flipper ese día también, en otro momento, en algún lugar ubicado en uno de los tantos barrios no turísticos que me hizo conocer. Una foto, que quizá aún exista en el archivo del diario Las Últimas Noticias donde por entonces trabajaba yo, inmortalizó ese momento por la breve eternidad del periodismo, junto a una entrevista. No conservo ni una ni otra.

Pero todo quedó en mi cabeza: una cierta contención en su palabra y en sus juicios. Un conocimiento y una sabiduría sin soberbia. El rigor para asumir la tarea. Un talento sumado a la virtud de armar equipos, de disolverse en ellos sin perder la batuta. Y sobre todo aquello, la sencillez. La sencillez de un hombre notable, dispuesto, ya en plena fama –faltaban pocos meses para que Cahiers du Cinema, la más prestigiosa revista de cine en Occidente, le dedicara su número 345, de marzo de 1983–, a regalarme sus horas y a sostener esa peripatética conversación por las calles de París.

 

* María Eugenia Meza Basaure. Periodista y editora chilena. Trabajó en prensa escrita dedicada a temas de cultura y género, para luego comenzar a editar textos de ciencias sociales en instituciones internacionales, de gobierno y ONG y centros de estudios de mujeres. Este año ha vuelto a la cultura como Coordinadora de Difusión y Formación de la Cineteca Nacional de Chile.