Blind
Por June Curiel
Ópera prima del guionista noruego Eskil Vogt que se volvió del Festival de Sundance con un premio bajo el brazo y que también fue presentada en la pasada edición de la Berlinale.
Ante una atmósfera puramente escandinava, hermosa pero extraña, se nos presenta la vida en penumbras de Ingrid. Esta mujer, de belleza casi marmórea, acaba de quedar ciega y debe enfrentarse a su nueva condición, aunque prefiere atrincherarse en casa. Sentada frente a la ventana, intuye el palpitar de un mundo que le aterra al otro lado del cristal. Ingrid llena sus días escuchando los sonidos que le llegan del exterior mientras abre sus ojos a un mundo interior que recompone con recuerdos y deseos reprimidos. A falta de valor para pisar la calle, va tejiendo toda una realidad folletinesca en la que juega a ser Dios (¿Ingmar Bergman?). Allí lo que impera es su nuevo punto de vista, su aburrido marido tiene una aventura, un voyeur solitario observa sin ser visto y la amante corre su misma desdicha. No hay que tratar de entender la película ni sacar grandes conclusiones, al igual que un ciego no puede pretender que percibe el mundo como alguien que puede ver: aquí el ciego precisamente es el espectador que, si cae en la trampa deliciosamente hilada por este gran guionista, puede llegar a quedarse en el superfluo juicio de “qué película más rara me has llevado a ver, cariño”.
Y, sí. Es rara, tanto como impredecible y sensorial. Curiosa paradoja: un film, es decir, un producto para ser visto, pero concebido para ser entendido no con los ojos, sino con el resto de los sentidos. Maravilloso trabajo de fotografía de Thimios Bakatakis, que desgrana planos casi palpables, y del sonido de Henk Hofstede, que genera un in crescendo en la sensación de vaivén y desorientación del espectador. Quizá el film esté hecho sólo para ser escuchado, pues es la voz en off de Ingrid la que da coherencia a todo el concierto.
Para ver más allá deberíamos entender la gran herencia bergmaniana y remitirnos a Persona (1966) y su gran juego de máscaras. Y es que Vogt establece una narración poco clásica, muy freudiana, que hay que entender como experiencia sensual más que como historia al uso. Tampoco falta el aderezo de un buen sentido del humor y sexo en claroscuro… et voilà: una película que merece ser vista y sentida, donde vale la pena caer en la trampa y dejarse engañar tan inteligentemente, sin más.