Gotas de tinta

Parientes por intercambio ritual

 

Por Claudia Carmona Sepúlveda

Sacudirse una particular visión de mundo para abordar la de otros, dejando de lado no sólo preceptos culturales sino las propias categorías de análisis, parece ser el más grande reto de los estudios antropológicos, en los que, como en ninguna otra disciplina, objeto y observador son una misma realidad. En la trampa de intentar alejarse del primero para alcanzar cierto grado de objetividad, cayó Lévi-Strauss cuando postuló la existencia de estructuras universales que trascendían a los modelos culturales, incluidas las de esas lenguas que le impedían comunicarse con las tribus que buscaba describir. Pero lo que finalmente hizo, en la opinión de Clifford Geertz, fue crear una “máquina infernal de la cultura, que aniquilaba la historia y lo engullía todo a su paso”. Pretendiendo distinguir, otros, al igual que el etnólogo francés, acabaron por forzar correspondencias. Herederos de este enfoque, los estudios del parentesco que abordaban el ámbito relacional y jerárquico a partir de patrones de filiación y alianza, encontraron piedra tras piedra en su camino, pues ni el sexo de los miembros de una comunidad determinaba siempre de igual modo la terminología del parentesco, ni eran la concepción y el matrimonio las únicas vías originadoras de estos lazos.

Es el caso del mapuche que puede llegar a integrar como hermano, en términos absolutos, a quien los supuestos euroamericanos llamarían “amigo”. Incluso establece categorías léxicas que incorporan el sexo del beneficiario de su afecto: peñi es el hermano de un ego hombre, ñaña es hermana de ego mujer, pero lamgnén es el hermano de ego femenino, y viceversa. Otro, y tal vez mejor ejemplo de la naturaleza diversa de estos vínculos, es el complejo estatus relacional de la machi o el machi, que durante su rito de iniciación, o machiluwün, contrae matrimonio con espíritus guía.

Según la observación y registro de la antropóloga Mariella Bacigalupo, “el intercambio ritual de sangre (molfuñ) y aliento une a los machi, a los animales y a los espíritus en relaciones de parentesco” que superan “los lazos de sangre del parentesco biológico”. Pañuelos, collares de kopiwe y llankalawén, trapelacuchas y el balanceo de la iniciada alrededor del rewe y al son del kultrún, son expresiones que buscan seducir al espíritu que la desposará, convirtiéndose en su fileu a través de una alianza que integra sus atributos individuales y que, si bien es indisoluble, no desdibuja la frontera entre la persona y el alma de la novia machi; otro parámetro diverso, en el que “posesión” refiere a la idea de trance y no de pertenencia, como es habitual en el modelo patriarcal mapuche.

Es la dimensión simbólica reflejada en el tejido relacional de una cultura, erigiéndose en clave para su abordaje; una que aporte al análisis de la visión que determinado grupo tenga del hombre y su medio, y del hombre en su medio; una en la que, por ejemplo, animales y espíritus son también sujeto posible en las relaciones de parentesco.