Reseña de cine

Woman in Gold

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Por June Curiel

La gran dama del cine británico, Helen Mirren, vuelve tras su participación en la comedia The Hundred-Foot Journey, con el protagónico de este filme basado en una historia real. Interpreta a una mujer judía, superviviente de la Segunda Guerra Mundial, que reclamó las posesiones que los nazis confiscaron a su familia. Entre éstas, se encontraba la célebre pieza del genio simbolista Gustav Klimt, el Retrato de Adele Bloch-Bauer.

El caso tuvo lugar a finales de los años 90. María Altmann es descendiente de una acomodada familia judía vienesa, que tuvo que huir durante la ocupación nazi, y busca honrar el recuerdo de su estirpe recuperando el retrato de su tía, robado desde su propia casa. Para ello cuenta con la ayuda del abogado Randy Schoenberg, quien también descende de exiliados vieneses. En Austria, por entonces, se llevaba a cabo una revisión de las obras expoliadas por los nazis, con el fin de restituirlas a sus dueños. El acuerdo por La Dama de Oro, uno de los cuadros más importantes del museo de Viena y todo un símbolo nacional, resultó extraordinariamente difícil para Altmann y Schoenberg, pero, gracias a la pericia de éste y a la ayuda del periodista Hubertus Czernin, consiguen invalidar las pruebas que presenta el gobierno austriaco y recuperar la obra, no sin transcurrir varios meses entre litigios y negociaciones.

Lo más destacable del filme de Curtis es esa sugerencia del valor del arte que, como bien se plantea, es algo más que un mueble, mucho más que mera materialidad. Cualquier obra de arte, plástica o inmaterial, entraña muchos más significados que los que se aprecian a simple vista, algo que todos sabemos, pero que a veces merece la pena recordar. La Dama de Oro de Gustav Klimt, o el Retrato de Adele Bloch-Bauer, es una herencia inconmensurable: una obra capital de uno de los artistas más apreciados del siglo veinte, un pedazo importante de aquella alta sociedad vienesa que se perdió tras la ocupación nazi; pero, antes que todo, el retrato de una persona que vivió, amó, enseñó y murió, un familiar querido de la señora María Altmann, su tía Adele. Lo que transciende del arte, lo que convierte a esas obras en algo sagrado e invaluable es que son “verdades”, son lo único que nos conecta con tiempos, ideas y personas que se fueron hace tiempo y cuyo legado permanece vivo en nosotros, gracias a que conservamos y valoramos ese patrimonio hecho arte.

Simon Curtis trata muy bien ese tema, logrando que el mensaje se transmita con claridad al espectador, aunque la película no brilla en exceso. Es correcta, pero sin dirección ni fotografía extraordinarias; no obstante, Lady Mirren como protagonista ya nos basta. A destacar la banda sonora y el tratamiento de los flashbacks que enlazan pasado y presente de manera sobresaliente. También apunta la actuación de la joven Tatiana Maslany, que interpreta a María en su juventud y lo hace con frescura y elegancia.

Holocausto y Arte. Cierto, quizá un cóctel ya muy manido, pero en este caso tratado con la sensibilidad suficiente para hilvanar sutilmente un drama personal que resulta en uno universal.